1. En Auschwitz la vida humana vale menos que nada; tiene tan poco valor que ya ni siquiera se fusila a nadie porque una bala es más valiosa que un hombre. Hay cámaras comunitarias donde se usa gas Zyklon porque abarata costes y con un solo bidón puede matarse a centenares de personas. La muerte se ha convertido en una industria que sólo es rentable si se trabaja al por mayor.
2. A lo largo de la historia, todos los dictadores, tiranos y represores, fuesen arios, negros, orientales, árabes, eslavos o de cualquier color de piel, defendieran la revolución popular, los privilegios de las clases patricias, el mandato de Dios o la disciplina sumaria de los militares, fuera cual fuese su ideología, todos ellos han tenido algo en común: siempre han perseguido con saña los libros. Son muy peligrosos, hacen pensar.
3. Recuerda que le pareció que los que desfilaban eran autómatas como los del reloj astronómico del ayuntamiento, y que al cabo de unos segundos se cerraría una compuerta tras ellos y desaparecerían. Y cesaría el temblor. Pero esta vez no eran autómatas los que formaban una procesión mecánica, sino hombres. En esos años aprendería que la diferencia entre unos y otros no siempre es apreciable.
4. Dita suspira agarrada a sus libros. Se da cuenta con tristeza de que fue ese día y no el de su primera menstruación cuando abandonó la niñez, porque dejó de tener miedo a esqueletos o a las viejas historias de manos fantasmas, y empezó a temer a los hombres.
5. Cuando la gente es hacinada, marcada y sacrificada como animales, llegan a creer que son reses. Reír y llorar les recuerda que aún son personas.
6. —El buen soldado es el que no necesita esperar a recibir órdenes porque sabe siempre cuál es su deber.
7. —A mí me pareces una chica muy valiente. —¡Pero si estoy temblando! —contestó desolada. Entonces, Hirsch sonrió de esa manera tan suya, como si viera las dificultades del mundo desde una confortable butaca. —Por eso eres valiente. Los valientes no son los que no tienen miedo. Ésos son los temerarios, los que ignoran el riesgo y se ponen en peligro sin ser conscientes de las consecuencias. Alguien que no es consciente del peligro puede poner en riesgo a cualquiera que esté a su lado. Ése es el tipo de gente que no quiero en mi equipo. A quien necesito es a los que tiemblan pero no ceden, los que son conscientes de lo que arriesgan y aun así siguen adelante.
8. Supo que Edita cuidaría esmeradamente la biblioteca. Tenía ese vínculo que une a algunas personas con los libros. Una complicidad que él mismo no poseía, demasiado activo para dejarse atrapar por líneas y líneas impresas en páginas. Fredy prefería la acción, el ejercicio, las canciones, el discurso… Pero se dio cuenta de que Dita tenía esa empatía que hace que ciertas personas conviertan un puñado de hojas en un mundo entero para ellas solas.
9. Las vecinas de litera roban las cucharas, la ropa o lo que sea. Se roba el pan a los niños en cuanto sus madres se descuidan, se delata cualquier menudencia a los kapos para obtener una cucharada más de sopa. Auschwitz no sólo mata a los inocentes, también mata la inocencia.
10. Los mayores se desgastan inútilmente buscando una felicidad que nunca encuentran; en cambio, a los niños, la felicidad les brota de la palma de las manos.
11. «El atleta más fuerte no es el que llega antes a la meta. Ése es el más rápido. El más fuerte es el que cada vez que se cae se levanta. El que cuando siente el dolor en el costado no se para. El que cuando ve la meta muy lejos no abandona. Cuando ese corredor llega a la meta, aunque llegue el último, es un ganador. A veces, aunque quieras, no está en tu mano ser el más rápido, porque tus piernas no son tan largas o tus pulmones son más estrechos. Pero siempre puedes elegir ser el más fuerte. Sólo depende de ti, de tu voluntad y de tu esfuerzo. No os voy a pedir que seáis los más rápidos, pero os voy a exigir que seáis los más fuertes.»
12. —Mira, te voy a dar un consejo. Y, además, te lo voy a dar gratis. Si no sabes mentir mejor, más vale que de ahora en adelante digas siempre la verdad.
13. —¿No vas a regatear? —Pues, no. Usted hace un trabajo y merece una recompensa. La mujer empieza a reír y a toser a la vez. Después, escupe a un lado. —¡Jóvenes! No sabéis nada de la vida.
14. —Así los niños me hacen más caso. A las palabras de un viejo chiflado no les prestarían ninguna atención, pero si son las palabras de un libro… eso es otra cosa. Los libros guardan dentro de sus páginas la sabiduría de quien los escribió. Los libros nunca pierden la memoria.
15. le decían que tuviera paciencia, que todo pasaría muy pronto. «Tal vez el año que viene ya haya acabado la guerra», le decían como si le estuvieran dando una maravillosa noticia. Para los mayores, un año no era más que un gajo de una naranja. Y sus padres le sonreían, y ella se mordía de rabia porque no entendían nada: en la juventud un año es casi la vida entera.
16. El afán de sobrevivir de los internos provoca tal degradación moral que muchos convierten su miedo y su dolor en un rencor arrojadizo. Creen que hacer daño a los demás es una especie de justicia que alivia su propio sufrimiento.
17. —¡Me odian! Me han dicho cosas horribles, y ni siquiera he sido capaz de contestarles como se merecían. —Has hecho lo correcto. Cuando un perro ladra con ferocidad a un extraño, incluso cuando muerde, no lo hace por odio; lo hace por miedo. Si te enfrentas alguna vez a un perro agresivo, no debes correr ni gritar porque terminarás de asustarlo y te morderá. Debes quedarte quieta y hablarle despacio para calmar su miedo.
18. —Al menos, tu padre no ha sufrido. A Dita, que está sintiendo cómo la sangre le empieza a hervir, aún la irrita más que le hable como a una niña. —¿Que no ha sufrido? —le contesta desasiéndose bruscamente del abrazo—. Le quitaron el trabajo, la casa, la dignidad, la salud…, y al final lo han dejado morir solo como un perro en un camastro lleno de pulgas. ¿No es eso bastante sufrimiento?
19. —Los que se van ya no sufren… Nadie sabe cuánto sufrimiento les queda todavía a los que se quedan.
20. A René le gustaría odiarlo. Sabe que su obligación es odiarlo. Pero el odio se parece mucho al amor: tampoco puede elegirse.
21. Queremos ser nosotros quienes decidamos cuándo y dónde abrir un frente de guerra. Es como operar, mein Kommandant, no podemos ir dando golpes de bisturí a diestro y siniestro, hay que elegir cuál es el lugar en el que conviene hacer la incisión. La guerra es nuestro bisturí, y hemos de manejarlo con precisión. Si uno lo maneja a lo loco, puede acabar clavándoselo a sí mismo. La historia le dará una lección. La mayor debilidad de todas es, precisamente, la de los fuertes: terminan por creerse que son invencibles. La fortaleza del Tercer Reich es su fragilidad: al creerse indestructibles abrirán tantos frentes que acabarán desmoronándose.
22. —No le des más vueltas. A tu amigo Hirsch le entró miedo. Es algo humano. El miedo… De repente piensa en el miedo como en un óxido que socava hasta las convicciones de hierro. Lo corroe todo, lo derriba todo.
23. —Fueron felices, Edita. —Pero duró tan poco… —La vida, cualquier vida, dura muy poco. Pero si has conseguido ser feliz, al menos un instante, habrá valido la pena vivirla. —¡Un instante! ¿Cómo de corto? —Muy corto. Basta con ser feliz el tiempo que tarda una cerilla en encenderse y apagarse.
24. —¿Tú no vas a rezar? —¿Rezar? ¿A quién? —¿A quién va a ser? A Dios. Tú también deberías hacerlo. —Cientos de miles de judíos llevan rezándole desde 1939 y no los ha escuchado. —Quizá no hemos rezado suficiente, o lo bastante fuerte para que nos escuche. —Venga, Margit. ¿Dios es capaz de saber si en el sabbat has cosido el botón de una camisa para castigarte y no se ha enterado de que se está matando a miles de inocentes y a otros miles se los tiene prisioneros y se los trata peor que a perros? ¿De veras crees que no se ha enterado? —No sé, Dita. Es pecado preguntarse por qué Dios hace las cosas que hace. —Bueno, pues soy una pecadora. —¡No hables así! ¡Dios te castigará! —¿Más? —Irás al infierno. —No seas ingenua, Margit. Ya estamos en el infierno.
25. Sin embargo Dita se equivoca completamente al pensar que su madre no está orgullosa de ella. Está muy orgullosa de su hija. Pero no va a decírselo. Le han torturado todos estos años las dudas sobre qué clase de persona llegaría a ser su hija tras haber crecido entre la represión militar, sin estar debidamente escolarizada, chapoteando en lugares infectados de odio y violencia. Y esa acción generosa de su hija confirma todas sus intuiciones y esperanzas: sabe que, si Edita sobrevive, será una mujer de bien.
26. Su cordura ya es de mantequilla. Es mejor así. Se está desprendiendo de la realidad, lo sabe. Y no le importa. Se siente feliz, igual que cuando era pequeña y al cerrar la puerta de su cuarto el mundo quedaba fuera y nada podía dañarla. Se marea, el mundo se nubla y empieza a deshacerse.
27. La confusión de los primeros días es grande. Los británicos estaban adiestrados para combatir desde las trincheras, pero no para atender a cientos de miles de personas desorientadas e indocumentadas, muchas de ellas desnutridas o enfermas.
28. Pero en los hospitales la guerra se resiste tozudamente a dar a torcer su brazo ensangrentado. El armisticio no hace crecer los miembros amputados a los mutilados, no cura el dolor de los heridos, no erradica el tifus, no rescata de su caída a los moribundos, no devuelve a los que se han marchado. La paz no lo cura todo, al menos no tan deprisa.
29. Cae de rodillas y le pide a Dios que salve a su madre. Después de todo lo que ha pasado, no es posible que muera sin poder siquiera regresar a Praga, cuando ya sólo le falta subir a un tren y marcharse. No puede hacerle eso. Se lo debe. Esa mujer no ha hecho jamás daño a nadie, no ha ofendido ni ha molestado nunca a nadie, no le ha quitado ni una miga de pan a nadie. ¿Por qué castigarla de esa manera? Le reprocha, le ruega, le implora humildemente a Dios que no permita que su madre muera.
30. Una persona que te espera en alguna parte es esa cerilla que se enciende en un campo por la noche. Quizá no pueda iluminar toda la oscuridad, pero te muestra el camino para volver a casa.
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