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sábado, 22 de agosto de 2020

Agua clara en el Alto Amazonas de Marco Tulio Aguilera en 15 frases




Nada había que arreglar en el país o en el mundo. Se trataba solamente de sobrevivir y esperar el milagro o el apocalipsis. 



Las ciudades, caos, grandes rameras, desordenadas parecidas a infiernos desde los cuales los condenados tienden los brazos a una virgen distante e indiferente que flota sobre sus cabezas. Los sueldos, miserables. Un perro arrojado desde una azotea quedaría convertido en salchichón antes de que tocara el suelo. 



-Humboldt tiene una breve cita en la que los menciona. Dice que a los esclavos de los indios caribes, que fueron los más indomables, se los llamaba huitotos. Sé que son de naturaleza amable, tímidos y amorosos. Sé que habitan el Alto Amazonas y que sólo quedan mil novecientos de su especie en Colombia. 

-No son animales- dijo el hombre dando un giro sorprendente a la conversación. 

-¿No somos todos animales?- pregunté con medida autosuficiencia.  

-Los unos para los otros, sí. Por ejemplo, nosotros somos animales para los gringos y los gringos son animales para los franceses y los franceses animales para los huitotos. Cuestión de olor, no sé si me entiende…



-Le voy a dictar al oído una frase que usted sabrá si la encuentra ridícula: El único autentico compromiso del hombre es con sus sueños. Dos personajes tan diferentes en el tiempo y en conceptos como Kafka y San Pablo estuvieron de acuerdo en eso…



Sé que en verdad no estoy engañando a nadie, pues la imaginación es una de las más altas formas de la realidad. Einstein dice que la imaginación es más importante que el conocimiento. Estoy de acuerdo. 



No sé si lo que me movió a abandonar, irresponsablemente, hay que decirlo, mis compromisos y lanzarme a la ventura, fue la necesidad de documentarme en el campo o esa vieja, casi prenatal necesidad de desaparecer del mundo en busca de paz, purificación  o no sé qué. Es claro que escribir una novela no salva a nadie, es simplemente un pretexto, una aventura que digiere el tiempo, ayuda a vivir y a escapar de las rutinas a veces insoportables. Las novelas son mentiras grandes que parecen verdades y que mientras más mentirosas sean resultan más verosímiles. El novelista termina por habitar más en su mundo que en el de los demás. Es, ni más ni menos, un esquizofrénico.  Lo separa del mundo un abismo y lo une a él un puente: su obra. 


El espacio abierto se relaciona con ideas de orden más elevado, ensancha el espíritu del que encuentra su gozo en la paz de la contemplación solitaria. Toda guerra, toda ansia de conquista nace del odio a los espacios cerrados. 


“¿Sabías que la religión, cualquier religión, es peor que la pornografía? Todo el mal de la tierra es resultado de gente que cree tener el monopolio de la virtud”.  


¿Quién soy? Un pobre escritor lleno de delirios de grandeza, que no coinciden con las ventas de sus libros o con la atención que le prestan lectores y comentaristas. Un hombre de ilusiones disparatadas. Eso soy. Sé que al estar buscando la novela, la solución de la Novela, estoy buscando la solución a mi vida. Justificarme. Quien quiere justificarse es por alguna razón poderosa. Quien escribe es porque no le basta vivir. 


Los guerrilleros, los paras, los rufianes, no tienen compasión. Han vivido décadas en las peores condiciones de la tierra y se han familiarizado tanto con la sangre y la muerte, que  no están lejos de ser una nueva especie de bestias, ante las cuales languidecen... los vampiros, los dráculas, íncubos y súcubos. El infierno se avergonzaría de recibirlos. 



Tal vez sólo han pasado quince minutos y el secuestrado piensa que ha terminado el horror de la noche. Y así día tras día, noche tras noche, a veces durante meses o años. Es entonces cuando el hombre descubre para qué sirve Dios. ¡Para nada, carajo! Dios no existe sino para los malvados en este país. En la selva uno se vuelve santo o loco. 



En Colombia es preferible ser pobre, laborar doce horas diarias, que poseer un auto último modelo y tener cuentas bancarias en Suiza y Bahamas. Cuando un hombre sale del secuestro se promete regalar todo lo que le sobra y quedarse apenas con lo necesario. No quiere que nadie lo envidie. Quiere ser un hombre sencillo, sin más ambiciones que una cama para dormir y una mujer para el amor. Hijos no. ¿Para qué? Los hijos son un lujo en un mundo como el de hoy. 



Todo lo que el Creador inventó para herir al hombre se halla en cada metro cuadrado de esta selva, pero si he de ser sincero, me parece más peligroso caminar de noche por ciertos barrios de Bogotá. 



Los animales y los seres humanos que habitan la Amazonia son entidades Inexplicables. Conozco a un niño de cinco años, un yagua, que duerme abrazado a su mascota, una anaconda de diez metros. Conozco a un guaharibo que tiene vida conyugal con una mona. No me vas a creer si te digo que la changa lava los trapos, barre el piso del rancho y es más sumisa que una perrita. La hembra ideal. Lo sigue a todas partes y le saca los piojos. El guaharibo es el hombre más feliz que he conocido sobre la tierra… 


-- Hay una vieja frase a la que nunca le puse atención y que hoy ha terminado por convertir mi destino en una mierda: "Cuando vayas por la selva, si ves algo que te gusta, tómalo, pues nunca puedes estar seguro de regresar por el mismo camino". 


Canek de Ermilo Abreu Gómez en 16 frases




-Mira las nubes, Jacinto. Dentro de ellas viven los fantasmas. Cuando los fantasmas duermen, las nubes son blancas; vuelan despacio para no despertarlos. Los mecen y los llevan lejos. Cuando los fantasmas despiertan, las nubes se vuelven grises y se agazapan en el horizonte. Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan.

Canek preguntó:

-¿Y nunca salen los fantasmas de las nubes? 

-Cuando salen de las nubes, las nubes desaparecen. 

-¿Entonces qué son las nubes?

-Las nubes, Jacinto, son la sombra de los fantasmas. 



Junto al brocal del pozo se trenzó la algazara de los peones. Se había roto la soga con que se sacaba agua y el cubo se fue al fondo del pozo. No era posible perderlo; una y otra vez echaron el garabato. Sus ganchos removían el limo, se trababan en los yerbajos, y el cubo no salía. Era un cubo labrado, de madera negra. Lo notaría el amo. Los peones arriaron hasta el fondo a Canek. Su voz se oía velada, como si saliera de las entrañas de la tierra.

Cuando Canek salió dijo:

-Desde el fondo se ven las estrellas. 



Canek habló a Guy:

-Mira el cielo; cuenta las estrellas.

-No se pueden contar.

Canek volvió a decir: 

-Mira la tierra; cuenta los granos de arena.

-No se pueden contar.

Canek dijo entonces:

-Aunque no se conozca, existe el número de las estrellas y el número de los granos de arena. Pero lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra húmeda de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas. 



-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se convierten en pájaros?

-No sé, niño Guy.

-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se vuelven flores?

-No sé, niño Guy.

-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren van al cielo?

-No sé, niño Guy. 

-Entonces, Jacinto, ¿dime qué les pasa a los niños que se mueren?

-Los niños que se mueren, niño Guy, despiertan. 



Canek dijo:

-Los blancos hicieron que estas tierras fueran extranjeras para el indio; hicieron que el indio comprara con su sangre el viento que respira. Por esto va el indio, por los caminos que no tienen fin, seguro de que la meta, la única meta posible, la que le libra y le permite encontrar la huella perdida, está donde está la muerte. 



Canek dijo:

-Piensa que en los tiempos que corren, en estas tierras de Yucatán, existen ciudades que no se ven. En las que se ven viven los blancos. Son ciudades de guerra y de escándalo. Huye de su engaño. Si caes en ellas renegarás de los tuyos, de tu nombre, y vivirás con holgura de maldad. En las ciudades que no se ven, pero que existen, nadie sabe dónde, viven los que fueron y los hombres que han merecido licencia para franquear sus puertas.



Canek dijo:

-Hace años leí libros donde se contaba la historia de estas tierras. Los leí con placer y me entretuve en el conocimiento de los sucesos antiguos y en el razonar de las gentes que fueron. Una vez mi padrino me dijo: Los libros que lees fueron escritos por los hombres que ganaron estos lugares. Mira con cuidado las razones puestas en sus páginas, porque si te entregas desprevenido, no entenderás la verdad de la tierra sino la verdad de  los hombres. Léelos, sin embargo, para que aprendas a odiar la mentira que se dice dentro de los pensamientos de los filósofos y dentro de la oración de los devotos.

-Y así aprendí -concluyó Canek- a leer, no la letra, sino el espíritu de la letra de todas esas historias.



Canek dijo:

-Una vez, allá en los años que fueron enterraron a un niño y a un venado. Los enterraron juntos porque habían vivido como amigos. Cerca del lugar pasaba, en silencio y soledad, un pedazo de río: de esos que ahora caminan, tímidos, debajo de la tierra. Así nació un árbol blanco, verde y tierno, como hecho de plata y lluvia. Debajo de sus ramas las madres oían las voces de sus hijos muertos, y junto a sus raíces los viejos sentían el aliento de sus animales perdidos. Este árbol respiraba dulzura. Los indios le llamaban el árbol bueno de la Ceiba.



Canek dijo:

-¿Y para qué quieren libertad si no saben ser libres? La libertad no es gracia que se recibe ni derecho que se conquista. La libertad es un estado del espíritu. Cuando se ha creado, entonces se es libre aunque se carezca de libertad. Los hierros y las cárceles no impiden que un hombre sea libre, al contrario: hacen que lo sea más en la entraña de su ser. La libertad del hombre no es como la libertad de los pájaros. La libertad de los pájaros se satisface en el vaivén de una rama; la libertad del hombre se cumple en su conciencia.



-Un pastor no distingue las ovejas buenas de las malas. Por eso no pregunta a nadie cómo son sus ovejas, antes de lanzarse contra el lobo. Así hay que defender a los indios buenos y malos contra los blancos: lobos de estas tierras.



Al cabo de una semana, como a una fiera, lo cazaron en el monte. Los dragones regresaron con ansia de cobrar; con gesto duro y gozoso y un no sé qué de maldición en el rostro cetrino. Como trofeo traían las alpargatas de Pat.

Canek las vio y sonrió.

-Cuando un indio muere así -dijo- sólo deja de caminar en la tierra. Su espíritu crece y ronda por los lugares, cubierto de fuego. 

Un correo trajo la noticia de que los indios del pueblo vecino habían incendiado el cuartel de los blancos. Entre los rebeldes estaba un hombre que se llamaba Domingo Pat. 



Miguel Kantun, de Lerma, es amigo de Canek. Le escribe una carta y le manda a su hijo para que haga de él un hombre. Canek le contesta diciéndole que hará de su hijo un indio. 


Los cerdos de la hacienda donde vive Canek rompieron la barda de su chiquero y se escaparon. Ensuciaron el viento y el camino con el olor de sus panzas y el polvo de sus patas. 

Los blancos gritaron:

-¡Se han sublevado los indios!



Ya anochecido y por un atajo llegaron al pueblo Ramón Balam y Domingo Canché. Escapaban de la matanza que los blancos hacían entre los indios. Balam había recibido un machetazo en la espalda y sangraba. Jacinto Canek les dijo:

-Ya se cumplen las profecías de Nahua Pech, uno de los cinco profetas del tiempo viejo. No se contentarán los blancos con lo suyo, ni con lo que ganaron en la guerra. Querrán también la miseria de  nuestra comida y la miseria de nuestra casa. Levantarán su odio contra nosotros y nos obligarán a refugiarnos en los montes y en los lugares apartados. Entonces iremos, como las hormigas, detrás de las alimañas y coméremos cosas malas: raíces, grajos, cuervos, ratas y langostas del viento. Y la podredumbre de esta comida llenará de rencor nuestros corazones y vendrá la guerra.



El mensaje de guerra que Canek envió a los pueblos de Yucatán, no estaba escrito. Balam, Canché, Pat, Uk, Pech y Chi sólo llevaban en las manos la sangre de los indios asesinados por los blancos.


Cartas desde la locura de Vincent van Gogh en 12 frases.




En fin, aun entonces no creo que mi locura sea la de persecución, ya que mis sentimientos en estado de exaltación desembocan más bien en las preocupaciones de la eternidad y de la vida eterna.



Y no puedo hacer nada, ante el hecho de que mis cuadros no se vendan. Llegará un día sin embargo, en que se verá que esto vale más que el precio que nos cuestan el color y mi vida, en verdad muy pobre.



Debo decir esto: que los vecinos, etc., tienen una bondad particular conmigo; todo el mundo sufre aquí, sea de fiebre, sea de alucinación o de locura, y se entienden como personas de una misma familia. 



No te oculto que hubiera preferido morir, que causar y sufrir tantas molestias. ¿Qué quieres? Sufrir sin quejarse es la única lección que hay que aprender en esta vida.



Porque, aunque haya quienes aúllen o suelan estar locos, hay aquí mucha amistad verdadera entre unos y otros; ellos dicen: hay que aguantar a los demás para que los demás nos toleren; y otros razonamientos muy justos que ponen así en práctica.



Así, los artistas egipcios, que tenían una fe y trabajaban por sentimiento e instinto, expresan todas esas cosas inefables: la bondad, la paciencia infinita, la sabiduría, la serenidad, por medio de ciertas sabias curvas y proporciones maravillosas. Quiero decir una vez más que cuando la cosa representada y la manera de representarla concuerdan, el todo tiene estilo y permanencia.



El trabajo me distrae infinitamente más que cualquier otra cosa y si pudiera, cuando ya me sienta bien, dedicarme de lleno con toda mi energía, sería posiblemente el mejor remedio.



Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y que las obedecemos sin saberlo. 



¿sabes lo que espero, cada vez que me pongo a tener esperanzas?, que la familia sea para ti lo que es para mí la naturaleza, los montones de tierra, la hierba, el trigo amarillo, el aldeano, es decir que encuentres en tu amor por la gente, no solamente de qué trabajar sino de qué consolarte y rehacerte cuando haya necesidad. … La vida pasa así, el tiempo no vuelve, pero yo me encarnizo en mi trabajo, justamente porque sé que las ocasiones de trabajar no se repiten. Sobre todo en mi caso en que una crisis más violenta puede destruir para siempre mi capacidad de pintar. 



Un montón de gente no copia, un montón de otros copian, yo me puse a hacerlo por casualidad, y me parece que eso enseña y, sobre todo, a veces consuela. 



No es justo cuando en tu carta dices que nunca habré hecho nada más que trabajar, yo estoy muy descontento de mi trabajo, y la única cosa que me consuela es que la gente de experiencia dice que hay que pintar durante diez años para nada.



De vez en cuando hay momentos en que la naturaleza es soberbia, efectos de otoño de un color glorioso, cielos verdes que contrastan con vegetaciones amarillas, anaranjadas, verdes, terrenos de todos los violetas, la hierba quemada donde las lluvias, no obstante, dieron un último vigor a ciertas plantas, que se ponen a producir nuevamente pequeñas flores violetas, rosadas, azules, amarillas. Cosas que uno se pone melancólico al no poder reproducir.


Con las costillas intactas de José Sánchez Carbó en 6 frases.

 



Si el plantón humilla peor resulta la segunda cita, cuando uno carga el ramo de rosas entre las manos y la ilusión de haber encontrado a la mujer ideal. ¿Qué quieren las mujeres?, me he preguntado cientos de veces mientras espero a una de ellas. Cuerpo, inteligencia, aventura, labia, humildad, rosas, diamantes y un poema, todo junto y más. 


Tito no cree en el amor. Así es el, no puedo cambiarlo. Tal vez no lo entiendas pero no soy un escritor autoritario. El personaje exige ser de una manera y Tito no es hombre de una sola mujer, de familia y paseos dominicales. ¡Tito no envejece! 



—Yo también, fue un día difícil —agregué seguro de no estar equivocado del "género" de mi acompañante. Encendí un cigarro y me encomendé al Santo Patrono de los Conductores. Le pedí por el motor de mi Brasilia. 

—¿No vas a manejar? —demandó. 

—Por supuesto. Pero no sé hacia dónde —quería ganar tiempo mientras el Santo Patrono de los Conductores realizaba los trámites para dar respuesta inmediata a mi petición. 

—Maneja por favor. 

Tomé el volante con la mano izquierda, le di tres bombeadas al acelerador y giré la llave del switch. Nada. Dos veces más y supe que el Santo Patrono de los Conductores me había desamparado. 


Ella sigue hablando de un ciclo infernal mientras yo pienso que los mudos, los enanos y los calvos están en un nivel más alto de la escala evolutiva. La descripción clásica de un extraterrestre es la de un ser pequeño y pelón que se comunica por telepatía. No tengo idea de las propiedades que puedan desarrollar enanos o calvos pero los mudos algún día podrán comunicarse si practican la telepatía constantemente. 



Hojeó un suplemento de literatura y leyó la traducción al castellano del cuento de mikel Etxezarreti: "La tormenta". No acostumbraba leer nada escrito por autores vivos, bastante tenía con los del Siglo de Oro español. Tenía la idea de que los vivos con la venia de la intertextualidad sólo repetían lo dicho hace siglos. Formas disimuladas de plagio, nada de guiños intelectuales ni de homenajes. 



El estilo lo escoge a uno y después te coge; uno sólo puede aspirar a aproximarse a definirlo; con el tiempo cambia, debe cambiar. El estilo es como el ángel de la guarda de la infancia y cuando uno lo intenta explicar parece "una enorme gallina decrépita".


El arte de sobrevivir de Arthur Schopenhauer en 19 frases.


Cuando somos jóvenes, pensamos que los acontecimientos importantes y de mayor repercusión en nuestra vida harán su entrada con tambores y trompetas; una mirada retrospectiva en la vejez muestra, sin embargo, que aquellos entraron con total tranquilidad por la puerta de atrás y casi sin llamar la atención.


… el primer cuarto de nuestra vida no solo es el más feliz, sino también el que más lento transcurre, de modo que genera mucho más recuerdos, y cualquiera, si tuviese que hacerlo, sabría contar más cosas de ese período que de dos de los siguientes.



Hacia el final de la vida sucede lo que acontece al término de un baile de máscaras, cuando caen los antifaces. Entonces uno ve al fin quiénes eran realmente aquellos con los que había tenido relación a lo largo de su vida, pues los caracteres han salido a la luz, los hechos han dado sus frutos, los logros han obtenido su justa valoración y todas las falsas ilusiones han desaparecido. Es decir, todo ello ha necesitado de su tiempo.



La reducción de las fuerzas corporales no es muy grave, con tal de que no las necesitemos para ganarnos la vida. La pobreza en la vejez es una gran desgracia. Pero si se ha podido evitar y se mantiene buena salud, entonces la vejez puede ser una parte muy llevadera de la vida. Sus principales necesidades son la comodidad y la seguridad…



La progresiva desaparición de las fuerzas conforme avanza la edad es, ciertamente, muy lamentable: sin embargo, es algo necesario e incluso benéfico, pues, de lo contrario, la muerte, para la cual la vejez nos prepara, nos resultaría demasiado difícil de asumir.



… de ahí que casi todos los rostros cargados de años reflejen esa expresión que los ingleses llaman disappointment [decepción]. A eso se suma que hasta entonces cada día de nuestra vida ya nos ha enseñado que las alegrías y los placeres, incluso cuando se consiguen, son engañosos en sí mismos, no dan aquello que prometen, no apaciguan el corazón y, por último, que su posesión se ve amargada por las incomodidades que los acompañan o que de ellos se derivan, mientras que, en cambio, los dolores y las penas se muestran bastante reales y superan muy a menudo todas las expectativas. Y así, ciertamente, todo en la vida contribuye a apartarnos del error originario y convencernos de que la meta de nuestra existencia no es ser feliz.



Así, nos lleva esta imperceptible guía, que solo se manifiesta en dudosa apariencia, hasta la muerte, que es el verdadero resultado y, por tanto, el objetivo de la vida. 



Lo que se opone a que los hombres lleguen a ser más sabios y prudentes es, entre otras cosas, la brevedad de la vida. Cada treinta años llega una generación nueva que no sabe nada y tiene que empezar desde el comienzo.



En el pasado no ha vivido hombre alguno y tampoco vivirá ninguno en el futuro; la única forma de existencia es el momento presente, pero a la vez es una posesión segura, que nadie podrá arrebatarnos jamás.




Ciertamente, sobre consideraciones como las arriba mencionadas uno puede fundamentar la doctrina según la cual disfrutar del presente y hacer de ello la meta de nuestra vida sería la mayor muestra de sabiduría, dado que dicha meta sería lo único real y todo lo demás nada más que un mero juego intelectual. Pero de igual manera podríamos calificarlo de la mayor necedad, pues aquello que deja de existir al momento, y que desaparece por completo, cual si fuera un sueño, no merece en ningún caso que le dediquemos un serio esfuerzo. Un punto importante de la sabiduría de la vida consiste en la correcta proporción en que dedicamos nuestra atención en parte al presente, en parte al futuro, para que uno no nos estropee el otro. 



Ahora bien, el apego desmedido a la vida que aquí se manifiesta no puede proceder del conocimiento y la reflexión. A estos les parece más bien necio, puesto que el valor objetivo de la vida es precario y la cuestión de si cabe preferirla a no existir se mantiene, cuanto menos, incierta; es más: si la experiencia y el conocimiento tienen la palabra, el no existir saldrá ganando. Y si alguien llamara a las tumbas y preguntara a los muertos si quieren volver a levantarse, negarían con la cabeza. 



Resulta que en la vida de los hombres, como ocurre con cualquier mercancía de mala calidad, el lado exterior se halla cubierto de una falsa pátina: aquello que está sufriendo siempre se oculta. En cambio, aquello que sirve para recabar pompa y esplendor se expone a la vista; y cuanta menos alegría se tenga interiormente tanto más se deseará aparecer ante la opinión de los demás como un ser afortunado… 



Toda satisfacción, o lo que por lo común llamamos dicha, es propia y esencialmente algo siempre negativo y nunca positivo. No se trata de una felicidad genuina que venga a nosotros por sí misma, sino que ha de ser siempre la satisfacción de un deseo. Pues el deseo, es decir, la carencia, es la condición previa a cualquier placer. Ahora bien, con la satisfacción se termina el deseo y, en consecuencia, también el placer. De ahí que la satisfacción o la felicidad nunca puedan ser más que la liberación de un dolor, de una necesidad… 



Si la vida promete algo, no lo cumple, a no ser para mostrar cuán poco deseable era lo deseado: así nos engaña ya la esperanza, ya lo que es esperado. Si nos ha dado una cosa, era para llevarse otra.




Conviene que intentemos conseguir ver lo que poseemos de la misma manera que lo veríamos si nos fuera arrebatado: sea lo que sea, propiedad, salud, amigos, amante, mujer e hijo, la mayoría de las veces apreciamos su valor solo cuando lo hemos perdido. Si lo logramos, entonces, primero, su posesión real nos hará de inmediato más felices y, segundo, trataremos de todas las maneras de prevenir la pérdida, no arriesgaremos nuestra propiedad, no irritaremos a los amigos, no pondremos a prueba la fidelidad de las mujeres, velaremos por la salud de los hijos, etcétera. Ante la vista de todo lo que no tenemos, nos preguntamos «¿Cómo sería si lo tuviera?» y así se nos hace evidente nuestra carencia. Pero en lugar de eso, lo que deberíamos hacer es preguntarnos a menudo ante aquello que poseemos «¿Cómo sería si lo perdiera?». 



El hombre encontraría la vida, tras cierta duración de la misma, insoportablemente aburrida por su monotonía y concomitante insipidez, si no fuera por el constante progreso del conocimiento y del entendimiento en general y la cada vez mejor y más clara comprensión de todas las cosas y circunstancias, en parte como fruto de la madurez y la experiencia, y en parte como consecuencia de los cambios que también sufrimos nosotros mismos a lo largo de la vida y por las que en cierto modo nos situamos en una siempre nueva perspectiva, desde la cual las cosas se nos muestran desde ángulos aún desconocidos y parecen distintas… 



Cualquiera que se haya despertado de los primeros sueños juveniles, que haya contemplado su propia experiencia o la ajena, que haya examinado su vida, la historia del pasado y de su propio tiempo y, por último, las obras de los grandes poetas, a no ser que un prejuicio innato e inextinguible paralice su raciocinio, reconocerá el resultado de que este mundo de los hombres es el reino del azar y del error, los cuales lo dominan sin piedad, tanto en lo grande como en lo pequeño, y junto a los cuales, además, la estupidez y la maldad agitan el látigo; de ahí que cualquier cosa mejor se abra paso solo con esfuerzo, que lo noble y lo sabio comparezcan muy raramente o apenas encuentren eco y repercusión, mientras que lo absurdo y erróneo en el terreno del pensamiento, lo vulgar y carente de gusto en el reino del arte, lo malvado y tramposo en el de los actos, alterados solo por breves interrumpciones, estén propiamente en el poder, mientras que lo excelente de cualquier índole represente siempre una excepción, un caso entre millones… 



El tedio, sin embargo, no es ni mucho menos un mal que pueda subestimarse: acaba pintando en el rostro verdadera desesperación. Hace que seres que se aman tan poco entre sí como los hombres, no obstante, se busquen tanto, y se convierte así en la fuente de toda sociabilidad.



Cada día es una pequeña vida, cada despertar y levantarse un pequeño nacimiento, cada fresca mañana una pequeña juventud y cada irse a la cama y dormir una pequeña muerte. 


El pintor de batallas de Arturo Pérez-Reverte en 18 frases.



Pero nadie pone lo que no tiene, creía Faulques. La pintura, como la fotografía, el amor o la conversación, eran semejantes a esas habitaciones de hoteles bombardeados, con los cristales rotos y despojadas de todo, que solo podían amueblarse con lo que uno sacaba de su mochila. 



"Y hablo, añadío, de familias enteras exterminadas, de hijos asesinados ante sus padres, de hermanos obligados a torturarse mutuamente para que uno siguiera vivo…No puede imaginar lo que vio ese prisionero. El dolor, la indignidad, la desesperanza… Los hombres, señor Faulques, somos animales carniceros. Nuestra inventiva para crear horror no tiene límites". 



-No se que le encuentran de belleza al alba- dijo de pronto Markovic-, O a la puesta de sol. Para quien ha vivido una guerra, el alba es señal de cielo turbio, de indecisión, de miedo a lo que va a pasar… Y el atardecer es amenaza de las sombras que llegan, oscuridad, corazón aterrorizado. La esperanza interminable, muerto de frío en un agujero, con la culata del fusil pegada a la cara.



-Mirelos. Tan civilizados dentro de lo que cabe, mientras no les cueste demasiado esfuerzo. Pidiendo las cosas por favor, quienes todavian lo hacen… Metalos en un cuarto cerrado, privelos de lo imprescindible, y los vera destrozarse entre si. Markovic los miraba tambien. Convencido. -Lo he visto- asintio-. Por un trozo de pan, o un cigarrillo. Y no digamos por seguir con vida. -Por eso sabe, como 

yo, que cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese civilizado barniz salta en pedazos, y otra vez es lo que era, o lo que siempre ha sido: un riguroso hijo de puta.



Faulques nunca recurria al negro puro. Ese color dejaba agujeros; era como un balazo o un boquete de metralla en la pared. Preferia llegar a el de forma indirecta, mezclando sombra tostada con gris Payne o azul prusia, incluso con algo de rojo, y que la mezcla no tuviese lugar en la paleta, sino sobre la pintura misma, frotando a veces directamente con el dedo en las superficies grandes hasta lograr el tono deseado, ceniza muy oscuro entreverado de matices claros que lo enriquecian y le daban volumen.



…la amable sonrisa de reconocimiento que hizo a Faulques detenerse para hacer un comentario sobre el museo y el cuadro que ambos admiraban, sin saber que ese momento estaba cambiando el sentido de toda su vida. Somos productos, pensaria mas tarde, de de las reglas ocultas que determinan casualidades: desde la simetria del Universo hasta el momento en que uno cruza la sala de un museo. 



-Hay algo- dijo sin enfasis el croata- que se aprende en un campo de prisioneros: a esperar.



Cada momento era una mezcla de las situaciones posibles combinadas con las imposibles, de grietas previstas desde aquel primer instante a la temperatura de tres mil millones de grados Kelvin, situado entre los catorces segundos y los tres minutos despues del Big Bang, inicio de una serie de casualidades precisas que crean al hombre , y lo matan.



Dioses borrachos jugando al ajedrez, albures olimpicos, un meteorito errante de solo diez kilometros de diametro que, golpeando la Tierra y aniquilando a todos los animales con mas de veinticinco kilos de peso, despejo el camino a mamiferos entonces pequeños y temerosos que, sesenta y cinco millones de años despues, terminarian siendo homo sapiens, homo ludens, homo occisor.



Si -Proseguia Markovic sin esperar respuesta-. De algun modo es asi, ¿verdad?...Por muy intenso que sea, hay un momento en que el dolor deja de actuar en nosotros. Quiza fue su remedio. Esa foto de la mujer muerta… En cierta forma, la vileza que lo ayudo a sobrevivir.


Volvi dos dias despues, a echar un vistazo… Habia agujeros en las paredes y el suelo se encontraba lleno de casquillos de bala. Los soldados y los guerrilleros ya no estaban, y algunos locos seguian en el caseron. Habia excrementos y sangre seca por todas partes. Uno se acerco con mucho misterio para mostrarme un frasco que me parecio de melocoton en almibar... Luego vi que eran orejas cortadas…



Y como eliges, pregunto Faulques. Me refiero a si disparas al azar o seleccionas los blancos. Entonces el serbio expuso algo interesante. No hay azar en esto, explico. O habia muy poco: el justo para que alguien decidiera cruzar por alli en el momento adecuado. El resto era cosa suya. A unos los mataba y a otros no. Asi de facil. Dependia de la forma de caminar, de correr, de pararse. Del color del pelo, de los gestos, de la actitud. De las cosas con las que los asociaba al mirarlos.



-Dicen que antes de morir- comento el croata- se debe plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Una vez tuve un hijo, pero ya no lo tengo. También quemaron los arboles que plantee…Quizá 

deba pintar un cuadro, señor Faulques. ¿Cree que yo seria capaz de pintar uno?

-No veo por que no. Cada uno se las arregla como puede.



-Es como el alcohol o el sexo -añadio-. Calman mucho, alivian. Pero a los hombres que, como nosotros, han pasado mucho tiempo mirando el mismo paisaje, ese alivio nos queda lejos.



El pintor de batallas no respondio. Por supuesto que lo habia pensado. Incluso sospechaba que habia ocurrido exactamente asi. Ahora sabia que ninguna fotografia era inerte, o pasiva. Todas incidian en el entorno, en la gente a la que encuadraban.



¿Debo entender que esta satisfecho con su pintura?

Faulques encogia los hombros en la oscuridad. -Creo que si -movio la cabeza-. No. Estoy seguro. Es como debia ser.

Markovic no dijo nada. Los puntitos minusculos de las luciernagas revoloteaban entre las dos sombras inmoviles.

-Sin usted no habria sido capaz de verlo- prosiguio el pintor de batallas-. Habria seguido trabajando durante dias y semanas hasta llenar la pared entera. Alejandome del momento... Del punto exacto. 



Usted lo expreso bien el otro dia… Cuanto mas evidente es todo, menos sentido parece tener. -¿No hay salida, entonces? -Hay consuelos. La carrera del prisionero que, mientras le disparan, cree ser libre…



Tambien hay analgesicos temporales. Con suerte, dan para ir tirando. Y bien administrados, sirven hasta el final. -¿Por ejemplo? -La lucidez, el orgullo, la cultura… La risa… No se. Cosas asi.


El príncipe de la niebla de Carlos Ruiz Zafón en 6 frases




Max había leído alguna vez en uno de los libros de su padre que ciertas imágenes de la infancia se quedan grabadas en el álbum de la mente como fotografías, como escenarios a los que, no importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda. Max comprendió el sentido de aquellas palabras la primera vez que vio el mar.



Los malos recuerdos te persiguen sin necesidad de llevarlos contigo. 



Le gustaba la lluvia y el sonido del agua resbalando por el canalillo de desagüe que recorría el borde del tejado. Cuando llovía con fuerza, Max sentía que el tiempo se detenía. Era como una tregua en la cual uno podía dejar de hacer cualquier cosa que le ocupase en aquel momento y sencillamente acercarse a contemplar el espectáculo de aquella infinita cortina de lágrimas del cielo desde una ventana, durante horas. 



La edad te hace ver ciertas cosas. Por ejemplo, ahora sé que la vida de un hombre se divide básicamente en tres períodos. En el primero, uno ni siquiera piensa que envejecerá, ni que el tiempo pasa ni que, desde el primer día, cuando nacemos, caminamos hacia un único fin. Pasada la primera juventud, empieza el segundo período, en el que uno se da cuenta de la fragilidad de la propia vida y lo que en un principio es una simple inquietud va creciendo en el interior como un mar de dudas e incertidumbres que te acompañan durante el resto de tus días. Por último, al final de la vida, se abre el tercer período, el de la aceptación de la realidad y, consecuentemente, la resignación y la espera. A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que se quedaron ancladas en alguno de esos estadios y nunca lograron superarlos. Es algo terrible. 



Probablemente, la ayuda de Copérnico le habría venido de perlas para desbrozar la trama de aquel misterio. Pero, una vez más, parecía evidente que Copérnico había elegido la época equivocada para pasar sus vacaciones en el mundo. En un universo infinito, había demasiadas cosas que escapaban a la comprensión humana.



Fuera lo que fuese que había acontecido, Maximilian Carver supo, del modo en que pocas veces en la vida se nos permite comprender sin necesidad de palabras o razones, que tras la mirada triste de sus dos hijos terminaba una etapa en sus vidas que nunca volvería. 


Philip K. Dick Fluyan mis lagrimas, dijo el policía en 10 frases.



Jason se apoderó de su mano y la apretó fuertemente para atraer su atención. Nunca había comprendido la aversión de Heather hacia sus admiradores; para él, eran la sangre vital de su existencia pública. Y, para él, su existencia pública,  su papel como presentador de fama mundial, era la vida misma. 



… Puedes hablarme de tu carrera como personaje de la televisión. Debe ser fascinante, todos los cadáveres sobre los que tendrás que trepar para llegar a la cumbre. ¿O acaso Llegaste ya a la cumbre? 

—Sí —dijo Jason brevemente—. Pero eso de los cadáveres es un mito. Se triunfa a base de talento, y sólo de talento, no por lo que uno diga o haga a las personas que están por encima o por debajo de él. Y a base de trabajo; hay que trabajar duramente para llegar a firmar un contrato con la NBC o la CBS. Los que dirigen esas cadenas son expertos hombres de negocios… 



No tenía nada contra la gente; la veía como atrapada aquí, obligada a quedarse sin que pudiera culpársela de nada. La gente no había inventado esto; a la gente no le gustaba esto; lo soportaban, como él no había tenido que soportar. De hecho, Jason se sentía culpable, viendo sus rostros crispado, sus bocas contraídas. Bocas amargas, desdichada. 



La mosca está allí, y un segundo después… ¡gluc! Está dentro de la tortuga —Kathy se echó a reír—. Siendo digerida. Hay una lección a aprender en ello. —¿Qué lección? —Jason la anticipó—: Que cuando uno muerde —dijo—, tiene que cogerlo todo o nada, pero nunca una parte. 




—El amor no es sólo desear a otra persona del modo que uno desea poseer un objeto que ve en una tienda —contestó Ruth—. Eso es simple deseo. Uno quiere tenerla consigo, llevársela a casa, y colocarla en algún lugar del apartamento, como si fuera una lámpara. El amor es… —hizo una pausa, reflexionando—, como un padre salvando a sus hijos de una casa en llamas, sacándolos, y entonces muriendo él. Cuando uno ama, deja de vivir para sí mismo; vive para otra persona. 

—¿Y eso es bueno? —a él no le parecía tan bueno. 



… ¡Jason, el sufrimiento es la emoción más potente que puede sentir un hombre, un niño o un animal! Es una buena sensación. 

—¿De qué manera? —preguntó él con sequedad. 

El sufrimiento hace que uno se abandone a sí mismo. Uno sale fuera de su estrecha y pequeña piel. Y uno no puede sufrir a menos que antes haya amado… el sufrimiento es el resultado final del amor, porque es el amor perdido. Lo entiendes, sé que lo entiendes. Pero no quieres pensar en ello. Es el cielo del amor, completado: amar, perder, sufrir, marcharse, y luego amar de nuevo. Jason, el sufrimiento es un darse cuenta de que uno tendrá que estar sólo, y que no hay nada más allá, porque el estar solo es el destino final y definitivo de cada ser vivo individual. Eso es lo que es la muerte: la gran soledad. 



—La pena le reúne a uno con lo que ha perdido —explicó Ruth—. Es una unión: uno se va con la cosa o la persona amada que se está alejando. De algún modo, uno se divide en dos, y una parte la acompaña, recorre un trecho en el camino con la persona. La sigue hasta tan lejos como puede seguirla. 



—Pero —dijo Ruth, aclarándose la garganta— por fin desaparece la pena, y uno vuelve a encontrarse en este mundo. Sin él. 

—Y puedes aceptarlo. 

—¿Qué diablos de otra elección existe? Uno llora, y sigue llorando, porque nunca acaba de regresar del todo de allá adónde fue con él… Allí queda atrapado aún un fragmento arrancado de tu palpitante y latente corazón. Una desconchadura. Un corte que jamás cicatriza. Y si, a medida que te va pasando una y otra vez durante tu vida, uno pierde por fin demasiada parte su corazón, entonces ya no puede seguir sintiendo pena. Y entonces uno mismo está ya dispuesto a morir. Caminará la escalera inclinada y algún otro se quedará atrás, penando por ti. 



—los campos de trabajos forzados no son tan malos. En el curso de Orientación Básica nos llevan a visitar uno: hay duchas, y camas con colchones, y diversiones como el voleibol, y artes y pasatiempos; ya sabe, artesanía, cosas como el hacer velas. A mano. Y la familia de uno puede enviarle paquetes y, una vez al mes, ellos o los amigos pueden visitarle a uno. —Y luego añadió—: Y uno puede acudir a la iglesia de su elección. 

Jason contestó sardónicamente:

—La iglesia de mi elección es el ancho y libre mundo. 



—No debería asustarse con tanta facilidad —dijo Jason, o la vida va a ser terrible para usted. 

—Ya veo —asintió ella con la cabeza, humildemente, escuchando, prestándole atención, como si estuviera en una clase del colegio. 

—¿Siempre tiene miedo de los desconocidos? —preguntó él. 

—Supongo que sí. Asintió de nuevo con la cabeza, pero esta vez la dejó inclinada, como si él la hubiera regañado. Y, en algún modo, así había sido. 

—El miedo —dijo Jason— puede hacerle mucho más daño que el odio o los celos. Si uno tiene miedo, no acaba de entrar totalmente en la vida; el miedo hace que uno trate siempre, siempre, de reservarse un poco. 


Kensington Gardens de Xavier B. Fernández en 9 frases.



Porque lo que oyes rasgando el silencio de la habitación, de la casa, no es un reloj triturando el tiempo tictac entre las sombras, no, es ese cocodrilo que te persigue tictac tictac desde la cuna hasta la tumba, acercándose a ti, su presa, cada vez más y más, arrancándote a bocados trozos de vida cada vez más grandes, tictac tictac, hasta que tras comerse el último pedazo su tictac desaparece, por fin, en el silencio de la tumba. El cocodrilo, oh, sí, el cocodrilo. El capitán me había hablado de él, y yo al principio creía que estaba loco, que sólo era un pobre viejo obsesionado por los fantasmas de su imaginación. Pero ahora soy yo la que se gira instintivamente cada vez que oigo un tictac, y ése es un gesto que repito cada vez más a menudo. Y entonces me enfado conmigo misma, porque no quiero hacerlo, me siento estúpida al hacerlo, pero no puedo evitarlo. Y pensar que hace veinte años me reía del capitán cuando le veía hacer lo mismo. Claro que hace veinte años yo era muy joven, casi una niña todavía, y a esa edad el cocodrilo te persigue desde lejos. Pero poco a poco va acortando distancias, hasta que un día sientes su aliento reptiliano en tu cogote, y el atronador sonido del reloj en su barriga: tictac, tictac, tictac. No puedes escapar de él. Nadie puede, porque todos los niños crecen.


Historias de una figura alta y oscura que rondaba por la ciudad de noche, capitán de un ejército de sombras. Historias de una garra metálica, con uñas como garfios o como cuchillos, según las versiones. El espíritu redivivo de Jack el Rojo, decían. El mítico asesino de Whitechapel , que había vuelto con un implante de uñas de metal para abrir la carne de sus víctimas con más comodidad y así extraerles un riñón, un pulmón, el hígado, el corazón... decían que se pagaba buen dinero por esas asaduras.



Pero no hay paraíso sin serpiente, y la nuestra era la sombra alargada del bogeyman, con su garfio de acero presto a arrancarnos el hígado. Todos teníamos miedo de él. Incluso Peter, aunque él jamás lo reconocería, claro.



— ¿Y tendríamos que ir al colegio? —le respondíamos.

—Claro.

— ¿Para aprender un oficio y ser adultos responsables el día de mañana?

—Básicamente ésa es la idea, sí.

—No existe el mañana: vosotros, los adultos, lo matasteis. Y no queremos ser adultos, responsables o no. Un adulto es alguien que ha matado a un niño. A uno por lo menos.

—Bonita frase. Retorcida, pero bonita. ¿A quién se la has oído?

—A Peter.




Smee era amable, simplemente, porque le gustaba serlo. Suena raro pensando que se trataba de alguien cuyo negocio, aparte de ser ilegal, incluía el asesinato y cosas aún peores, pero era así. Smee se las había arreglado para salvar una parcelita de inocencia en su alma en mitad de la vida que llevaba, y esa parcelita era su relación con los niños. Smee tenía ocho hijos a los que adoraba viviendo con su madre, una rolliza y pelirroja irlandesa, en una casa de un humilde barrio obrero católico de Belfast.



Compré uno de los objetos expuestos a subasta. Era un reloj de péndulo de diseño muy original pero sin demasiado valor. La esfera tenía forma de calavera. Las manecillas eran guadañas. Y el péndulo que se balanceaba en la caja era un cocodrilo de cobre colgado por la cola. Ahora hace tictac en una esquina del salón de mi casa, la casa que heredé de Margaret. La casa en que ella me acogió, después de aquel día...



—No lo entiendo —dijo Peter—. ¿Es que no estás bien aquí?

—Sí, Peter. Pero esto no puede durar siempre.

—¿Por qué no?

—Porque hemos de crecer. Hemos de hacernos adultos...

—¿Para qué? ¿Para ir al colegio y aprender un montón de idioteces que luego no te van a servir para nada? ¿Para gastar la vida y las energías en un trabajo estúpido, rutinario y aburrido en alguna oficina o en alguna fábrica, o para desesperarte porque estás parado y no puedes conseguir ningún trabajo estúpido, rutinario y aburrido en ninguna oficina ni fábrica? ¿Para ver cada mañana cómo envejece tu cara en el espejo del lavabo? ¿Para ir perdiendo tus ilusiones y tus ideales poco a poco, como pierde los pelos un calvo? ¿Para eso quieres hacerte adulta?

—Y para no estar siempre sola y perdida como un niño sin madre.

Peter no contestó inmediatamente. Se había dado cuenta de que la frase había hecho mella en los chicos.

—Las madres no son tan importantes —dijo por fin. Y se retiró al fondo del refugio.




Todos han olvidado completamente su mágica preadolescencia y a Peter. Excepto alguna vez, cuando están solos, y de pronto sienten una punzada de aprensión y atisban por encima del hombro temiendo, sin saberlo, ver al cocodrilo tras ellos. Tictac, tictac, tictac, tictac, tictac. Como yo misma. Tictac, tictac, tictac, tictac.




—¿Gwen? ¿Eres tú? —dijo.

—Sí, Peter, soy yo.

—¡Vaya! Estás muy cambiada.

—He crecido. Tú, en cambio, estás como siempre.

—Pues sí, ya ves.

—No lo entiendo. ¿Por qué no creces?

—Porque no quiero.

—¿Es tan sencillo como eso?

—Es tan sencillo como eso. Y tú, ¿por qué estás tan empeñada en crecer?

—Porque no me queda más remedio. Es ley de vida, no tenemos más opción que ir envejeciendo.

—No es cierto. La gente envejece porque quiere. Llega un momento en que se dicen a sí mismos: «ahora ya tengo tantos años, ya soy mayor, y debo acomodar mi aspecto y mi actitud a la edad que tengo» y por eso envejecen. Envejecer es un acto de voluntad, Gwen.

—No es verdad. La vida tiene sus etapas. Hay que saber adaptarse a ellas —respondí, pero Peter ya no me escuchaba. Miraba en todas direcciones, impaciente. Impaciente como un niño.

—Sí, bueno, no sé —dijo—. Quizá. ¿Quieres comprar éxtasis?, ¿Centraminas?, ¿Vinavil?

—No, no quiero comprar nada.

—Lástima. Bueno, ahora debo irme —y se levantó y echó a correr, sin previo aviso.