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viernes, 4 de septiembre de 2020

Las fotografías de la muerte de James Hadley Chase en 7 frases.


1. Le deprimía que tantos viejos y tan pocos jóvenes tuvieran dinero.


2. Recuerde que la belleza de una mujer muchas veces es la carnada tentadora que cubre un anzuelo mortífero.


3. …. le ha hecho perder ese coraje, así que ya no le queda más que su habilidad, y la habilidad sin coraje no sirve para nada.


4. Sé que unos tienen que morir para que otros puedan sobrevivir.


5. porque hoy en día la traición constituye el trasfondo normal de nuestras vidas.


6. en esta vida tan complicada que tratamos de vivir, el truco consiste en apreciar los buenos momentos y en ignorar los malos. 


7. La gente que no es capaz de manejar su propia vida, nunca debería dar consejos.


lunes, 31 de agosto de 2020

La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio G. Iturbide en 30 frases

1. En Auschwitz la vida humana vale menos que nada; tiene tan poco valor que ya ni siquiera se fusila a nadie porque una bala es más valiosa que un hombre. Hay cámaras comunitarias donde se usa gas Zyklon porque abarata costes y con un solo bidón puede matarse a centenares de personas. La muerte se ha convertido en una industria que sólo es rentable si se trabaja al por mayor.



2. A lo largo de la historia, todos los dictadores, tiranos y represores, fuesen arios, negros, orientales, árabes, eslavos o de cualquier color de piel, defendieran la revolución popular, los privilegios de las clases patricias, el mandato de Dios o la disciplina sumaria de los militares, fuera cual fuese su ideología, todos ellos han tenido algo en común: siempre han perseguido con saña los libros. Son muy peligrosos, hacen pensar. 



3. Recuerda que le pareció que los que desfilaban eran autómatas como los del reloj astronómico del ayuntamiento, y que al cabo de unos segundos se cerraría una compuerta tras ellos y desaparecerían. Y cesaría el temblor. Pero esta vez no eran autómatas los que formaban una procesión mecánica, sino hombres. En esos años aprendería que la diferencia entre unos y otros no siempre es apreciable.



4. Dita suspira agarrada a sus libros. Se da cuenta con tristeza de que fue ese día y no el de su primera menstruación cuando abandonó la niñez, porque dejó de tener miedo a esqueletos o a las viejas historias de manos fantasmas, y empezó a temer a los hombres.


5. Cuando la gente es hacinada, marcada y sacrificada como animales, llegan a creer que son reses. Reír y llorar les recuerda que aún son personas. 



6. —El buen soldado es el que no necesita esperar a recibir órdenes porque sabe siempre cuál es su deber.



7. —A mí me pareces una chica muy valiente. —¡Pero si estoy temblando! —contestó desolada. Entonces, Hirsch sonrió de esa manera tan suya, como si viera las dificultades del mundo desde una confortable butaca. —Por eso eres valiente. Los valientes no son los que no tienen miedo. Ésos son los temerarios, los que ignoran el riesgo y se ponen en peligro sin ser conscientes de las consecuencias. Alguien que no es consciente del peligro puede poner en riesgo a cualquiera que esté a su lado. Ése es el tipo de gente que no quiero en mi equipo. A quien necesito es a los que tiemblan pero no ceden, los que son conscientes de lo que arriesgan y aun así siguen adelante.



8. Supo que Edita cuidaría esmeradamente la biblioteca. Tenía ese vínculo que une a algunas personas con los libros. Una complicidad que él mismo no poseía, demasiado activo para dejarse atrapar por líneas y líneas impresas en páginas. Fredy prefería la acción, el ejercicio, las canciones, el discurso… Pero se dio cuenta de que Dita tenía esa empatía que hace que ciertas personas conviertan un puñado de hojas en un mundo entero para ellas solas.


9. Las vecinas de litera roban las cucharas, la ropa o lo que sea. Se roba el pan a los niños en cuanto sus madres se descuidan, se delata cualquier menudencia a los kapos para obtener una cucharada más de sopa. Auschwitz no sólo mata a los inocentes, también mata la inocencia.



10. Los mayores se desgastan inútilmente buscando una felicidad que nunca encuentran; en cambio, a los niños, la felicidad les brota de la palma de las manos.



11. «El atleta más fuerte no es el que llega antes a la meta. Ése es el más rápido. El más fuerte es el que cada vez que se cae se levanta. El que cuando siente el dolor en el costado no se para. El que cuando ve la meta muy lejos no abandona. Cuando ese corredor llega a la meta, aunque llegue el último, es un ganador. A veces, aunque quieras, no está en tu mano ser el más rápido, porque tus piernas no son tan largas o tus pulmones son más estrechos. Pero siempre puedes elegir ser el más fuerte. Sólo depende de ti, de tu voluntad y de tu esfuerzo. No os voy a pedir que seáis los más rápidos, pero os voy a exigir que seáis los más fuertes.»



12. —Mira, te voy a dar un consejo. Y, además, te lo voy a dar gratis. Si no sabes mentir mejor, más vale que de ahora en adelante digas siempre la verdad.



13. —¿No vas a regatear? —Pues, no. Usted hace un trabajo y merece una recompensa. La mujer empieza a reír y a toser a la vez. Después, escupe a un lado. —¡Jóvenes! No sabéis nada de la vida.



14. —Así los niños me hacen más caso. A las palabras de un viejo chiflado no les prestarían ninguna atención, pero si son las palabras de un libro… eso es otra cosa. Los libros guardan dentro de sus páginas la sabiduría de quien los escribió. Los libros nunca pierden la memoria.



15. le decían que tuviera paciencia, que todo pasaría muy pronto. «Tal vez el año que viene ya haya acabado la guerra», le decían como si le estuvieran dando una maravillosa noticia. Para los mayores, un año no era más que un gajo de una naranja. Y sus padres le sonreían, y ella se mordía de rabia porque no entendían nada: en la juventud un año es casi la vida entera. 



16. El afán de sobrevivir de los internos provoca tal degradación moral que muchos convierten su miedo y su dolor en un rencor arrojadizo. Creen que hacer daño a los demás es una especie de justicia que alivia su propio sufrimiento.



17. —¡Me odian! Me han dicho cosas horribles, y ni siquiera he sido capaz de contestarles como se merecían. —Has hecho lo correcto. Cuando un perro ladra con ferocidad a un extraño, incluso cuando muerde, no lo hace por odio; lo hace por miedo. Si te enfrentas alguna vez a un perro agresivo, no debes correr ni gritar porque terminarás de asustarlo y te morderá. Debes quedarte quieta y hablarle despacio para calmar su miedo.



18. —Al menos, tu padre no ha sufrido. A Dita, que está sintiendo cómo la sangre le empieza a hervir, aún la irrita más que le hable como a una niña. —¿Que no ha sufrido? —le contesta desasiéndose bruscamente del abrazo—. Le quitaron el trabajo, la casa, la dignidad, la salud…, y al final lo han dejado morir solo como un perro en un camastro lleno de pulgas. ¿No es eso bastante sufrimiento?



19. —Los que se van ya no sufren… Nadie sabe cuánto sufrimiento les queda todavía a los que se quedan.



20. A René le gustaría odiarlo. Sabe que su obligación es odiarlo. Pero el odio se parece mucho al amor: tampoco puede elegirse.



21. Queremos ser nosotros quienes decidamos cuándo y dónde abrir un frente de guerra. Es como operar, mein Kommandant, no podemos ir dando golpes de bisturí a diestro y siniestro, hay que elegir cuál es el lugar en el que conviene hacer la incisión. La guerra es nuestro bisturí, y hemos de manejarlo con precisión. Si uno lo maneja a lo loco, puede acabar clavándoselo a sí mismo. La historia le dará una lección. La mayor debilidad de todas es, precisamente, la de los fuertes: terminan por creerse que son invencibles. La fortaleza del Tercer Reich es su fragilidad: al creerse indestructibles abrirán tantos frentes que acabarán desmoronándose. 



22. —No le des más vueltas. A tu amigo Hirsch le entró miedo. Es algo humano. El miedo… De repente piensa en el miedo como en un óxido que socava hasta las convicciones de hierro. Lo corroe todo, lo derriba todo.



23. —Fueron felices, Edita. —Pero duró tan poco… —La vida, cualquier vida, dura muy poco. Pero si has conseguido ser feliz, al menos un instante, habrá valido la pena vivirla. —¡Un instante! ¿Cómo de corto? —Muy corto. Basta con ser feliz el tiempo que tarda una cerilla en encenderse y apagarse.



24. —¿Tú no vas a rezar? —¿Rezar? ¿A quién? —¿A quién va a ser? A Dios. Tú también deberías hacerlo. —Cientos de miles de judíos llevan rezándole desde 1939 y no los ha escuchado. —Quizá no hemos rezado suficiente, o lo bastante fuerte para que nos escuche. —Venga, Margit. ¿Dios es capaz de saber si en el sabbat has cosido el botón de una camisa para castigarte y no se ha enterado de que se está matando a miles de inocentes y a otros miles se los tiene prisioneros y se los trata peor que a perros? ¿De veras crees que no se ha enterado? —No sé, Dita. Es pecado preguntarse por qué Dios hace las cosas que hace. —Bueno, pues soy una pecadora. —¡No hables así! ¡Dios te castigará! —¿Más? —Irás al infierno. —No seas ingenua, Margit. Ya estamos en el infierno. 



25. Sin embargo Dita se equivoca completamente al pensar que su madre no está orgullosa de ella. Está muy orgullosa de su hija. Pero no va a decírselo. Le han torturado todos estos años las dudas sobre qué clase de persona llegaría a ser su hija tras haber crecido entre la represión militar, sin estar debidamente escolarizada, chapoteando en lugares infectados de odio y violencia. Y esa acción generosa de su hija confirma todas sus intuiciones y esperanzas: sabe que, si Edita sobrevive, será una mujer de bien.



26. Su cordura ya es de mantequilla. Es mejor así. Se está desprendiendo de la realidad, lo sabe. Y no le importa. Se siente feliz, igual que cuando era pequeña y al cerrar la puerta de su cuarto el mundo quedaba fuera y nada podía dañarla. Se marea, el mundo se nubla y empieza a deshacerse. 



27. La confusión de los primeros días es grande. Los británicos estaban adiestrados para combatir desde las trincheras, pero no para atender a cientos de miles de personas desorientadas e indocumentadas, muchas de ellas desnutridas o enfermas. 


28. Pero en los hospitales la guerra se resiste tozudamente a dar a torcer su brazo ensangrentado. El armisticio no hace crecer los miembros amputados a los mutilados, no cura el dolor de los heridos, no erradica el tifus, no rescata de su caída a los moribundos, no devuelve a los que se han marchado. La paz no lo cura todo, al menos no tan deprisa.



29. Cae de rodillas y le pide a Dios que salve a su madre. Después de todo lo que ha pasado, no es posible que muera sin poder siquiera regresar a Praga, cuando ya sólo le falta subir a un tren y marcharse. No puede hacerle eso. Se lo debe. Esa mujer no ha hecho jamás daño a nadie, no ha ofendido ni ha molestado nunca a nadie, no le ha quitado ni una miga de pan a nadie. ¿Por qué castigarla de esa manera? Le reprocha, le ruega, le implora humildemente a Dios que no permita que su madre muera. 



30. Una persona que te espera en alguna parte es esa cerilla que se enciende en un campo por la noche. Quizá no pueda iluminar toda la oscuridad, pero te muestra el camino para volver a casa.


domingo, 30 de agosto de 2020

El tunel de Ernesto Sabato en 19 frases




La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. 



La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo, en sus últimos años, cuando yo era un hombre, cómo al comienzo me dolía descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de orgullo. 



LOS CRÍTICOS. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría? Lo mismo pasa con la pintura. Lo singular es que la gente no advierte que es lo mismo y aunque se ría de las pretensiones del crítico de cirugía, escucha con un increíble respeto a esos charlatanes. 



Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quizá por eso mismo, he ido acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro modo creo que no tardaría en volverme loco. 



Físicamente, no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada, pero ¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?; quizá la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios son elementos físicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas son también elementos espirituales. 



—Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas.



Siento que usted será algo esencial para lo que tengo que hacer, aunque todavía no me doy cuenta de la razón.



No sé qué piensa y tampoco sé lo que pienso yo, pero sé que piensa como yo. —¿Pero entonces usted no piensa sus cuadros? —Antes los pensaba mucho, los construía como se construye una casa. Pero esa escena no: sentía que debía pintarla así, sin saber bien por qué. Y sigo sin saber.



. A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.



En la época en que yo tenía amigos, muchas veces se han reído de mi manía de elegir siempre los caminos más enrevesados: Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple . Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. 



AMABA desesperadamente a María y no obstante la palabra amor no se había pronunciado entre nosotros.



¡Cómo esperé aquel momento, cómo caminé sin rumbo por las calles para que el tiempo pasara más rápido! ¡Qué ternura sentía en mi alma, qué hermosos me parecían el mundo, la tarde de verano, los chicos que jugaban en la vereda! Pienso ahora hasta qué punto el amor enceguece y qué mágico poder de transformación tiene. ¡La hermosura del mundo! ¡Si es para morirse de risa! 



¡Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia ha sido la culpable de hechos atroces! Mientras una parte me lleva a tomar una hermosa actitud, la otra denuncia el fraude, la hipocresía y la falsa generosidad; mientras una me lleva a insultar a un ser humano, la otra se conduele de él y me acusa a mí mismo de lo que denuncio en los otros; mientras una me hace ver la belleza del mundo, la otra me señala su fealdad y la ridiculez de todo sentimiento de felicidad. 



para qué sufrir? El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla. La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio. 


—Fíjate que nunca he podido acabar una novela rusa. Son tan trabajosas... Aparecen millares de tipos y al final resulta que no son más que cuatro o cinco. Pero claro, cuando te empiezas a orientar con un señor que se llama Alexandre, luego resulta que se llama Sacha y luego Sachka y luego Sachenka, y de pronto algo grandioso como Alexandre Alexandrovitch Bunine y más tarde es simplemente Alexandre Alexandrovitch. Apenas te has orientado, ya te despistan nuevamente. Es cosa de no acabar: cada personaje parece una familia. 


…era en esta segunda fase de mi amor en que habían empezado a surgir mil dificultades; del mismo modo que cuando alguien se está muriendo de hambre acepta cualquier cosa,      incondicionalmente, para luego, una vez que lo más urgente ha sido satisfecho, empezar a quejarse crecientemente de sus defectos e inconvenientes. 



Iba a salir, corriendo, cuando tuve una idea. Fui a la cocina, agarré un cuchillo grande y volví al taller. ¡Qué poco quedaba de la vieja pintura de Juan Pablo Castel! ¡Ya tendrían motivos para admirarse esos imbéciles que me habían comparado a un arquitecto! ¡Como si un hombre pudiera cambiar de verdad! ¿Cuántos de esos imbéciles habían adivinado que debajo de mis arquitecturas y de "la cosa intelectual" había un volcán pronto a estallar? Ninguno.



y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida . Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. 



Y sin embargo, ella sabía que yo la necesitaba, que esa tarde la había esperado, que habría sufrido horriblemente cada uno de los minutos de inútil espera. Y sin embargo, ella sabía que en ese mismo momento en que gozaba en calma yo estaría atormentado en un minucioso infierno de razonamientos, de imaginaciones. ¡Qué implacable, que fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más frágil!