Pero nadie pone lo que no tiene, creía Faulques. La pintura, como la fotografía, el amor o la conversación, eran semejantes a esas habitaciones de hoteles bombardeados, con los cristales rotos y despojadas de todo, que solo podían amueblarse con lo que uno sacaba de su mochila.
"Y hablo, añadío, de familias enteras exterminadas, de hijos asesinados ante sus padres, de hermanos obligados a torturarse mutuamente para que uno siguiera vivo…No puede imaginar lo que vio ese prisionero. El dolor, la indignidad, la desesperanza… Los hombres, señor Faulques, somos animales carniceros. Nuestra inventiva para crear horror no tiene límites".
-No se que le encuentran de belleza al alba- dijo de pronto Markovic-, O a la puesta de sol. Para quien ha vivido una guerra, el alba es señal de cielo turbio, de indecisión, de miedo a lo que va a pasar… Y el atardecer es amenaza de las sombras que llegan, oscuridad, corazón aterrorizado. La esperanza interminable, muerto de frío en un agujero, con la culata del fusil pegada a la cara.
-Mirelos. Tan civilizados dentro de lo que cabe, mientras no les cueste demasiado esfuerzo. Pidiendo las cosas por favor, quienes todavian lo hacen… Metalos en un cuarto cerrado, privelos de lo imprescindible, y los vera destrozarse entre si. Markovic los miraba tambien. Convencido. -Lo he visto- asintio-. Por un trozo de pan, o un cigarrillo. Y no digamos por seguir con vida. -Por eso sabe, como
yo, que cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese civilizado barniz salta en pedazos, y otra vez es lo que era, o lo que siempre ha sido: un riguroso hijo de puta.
Faulques nunca recurria al negro puro. Ese color dejaba agujeros; era como un balazo o un boquete de metralla en la pared. Preferia llegar a el de forma indirecta, mezclando sombra tostada con gris Payne o azul prusia, incluso con algo de rojo, y que la mezcla no tuviese lugar en la paleta, sino sobre la pintura misma, frotando a veces directamente con el dedo en las superficies grandes hasta lograr el tono deseado, ceniza muy oscuro entreverado de matices claros que lo enriquecian y le daban volumen.
…la amable sonrisa de reconocimiento que hizo a Faulques detenerse para hacer un comentario sobre el museo y el cuadro que ambos admiraban, sin saber que ese momento estaba cambiando el sentido de toda su vida. Somos productos, pensaria mas tarde, de de las reglas ocultas que determinan casualidades: desde la simetria del Universo hasta el momento en que uno cruza la sala de un museo.
-Hay algo- dijo sin enfasis el croata- que se aprende en un campo de prisioneros: a esperar.
Cada momento era una mezcla de las situaciones posibles combinadas con las imposibles, de grietas previstas desde aquel primer instante a la temperatura de tres mil millones de grados Kelvin, situado entre los catorces segundos y los tres minutos despues del Big Bang, inicio de una serie de casualidades precisas que crean al hombre , y lo matan.
Dioses borrachos jugando al ajedrez, albures olimpicos, un meteorito errante de solo diez kilometros de diametro que, golpeando la Tierra y aniquilando a todos los animales con mas de veinticinco kilos de peso, despejo el camino a mamiferos entonces pequeños y temerosos que, sesenta y cinco millones de años despues, terminarian siendo homo sapiens, homo ludens, homo occisor.
Si -Proseguia Markovic sin esperar respuesta-. De algun modo es asi, ¿verdad?...Por muy intenso que sea, hay un momento en que el dolor deja de actuar en nosotros. Quiza fue su remedio. Esa foto de la mujer muerta… En cierta forma, la vileza que lo ayudo a sobrevivir.
Volvi dos dias despues, a echar un vistazo… Habia agujeros en las paredes y el suelo se encontraba lleno de casquillos de bala. Los soldados y los guerrilleros ya no estaban, y algunos locos seguian en el caseron. Habia excrementos y sangre seca por todas partes. Uno se acerco con mucho misterio para mostrarme un frasco que me parecio de melocoton en almibar... Luego vi que eran orejas cortadas…
Y como eliges, pregunto Faulques. Me refiero a si disparas al azar o seleccionas los blancos. Entonces el serbio expuso algo interesante. No hay azar en esto, explico. O habia muy poco: el justo para que alguien decidiera cruzar por alli en el momento adecuado. El resto era cosa suya. A unos los mataba y a otros no. Asi de facil. Dependia de la forma de caminar, de correr, de pararse. Del color del pelo, de los gestos, de la actitud. De las cosas con las que los asociaba al mirarlos.
-Dicen que antes de morir- comento el croata- se debe plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Una vez tuve un hijo, pero ya no lo tengo. También quemaron los arboles que plantee…Quizá
deba pintar un cuadro, señor Faulques. ¿Cree que yo seria capaz de pintar uno?
-No veo por que no. Cada uno se las arregla como puede.
-Es como el alcohol o el sexo -añadio-. Calman mucho, alivian. Pero a los hombres que, como nosotros, han pasado mucho tiempo mirando el mismo paisaje, ese alivio nos queda lejos.
El pintor de batallas no respondio. Por supuesto que lo habia pensado. Incluso sospechaba que habia ocurrido exactamente asi. Ahora sabia que ninguna fotografia era inerte, o pasiva. Todas incidian en el entorno, en la gente a la que encuadraban.
¿Debo entender que esta satisfecho con su pintura?
Faulques encogia los hombros en la oscuridad. -Creo que si -movio la cabeza-. No. Estoy seguro. Es como debia ser.
Markovic no dijo nada. Los puntitos minusculos de las luciernagas revoloteaban entre las dos sombras inmoviles.
-Sin usted no habria sido capaz de verlo- prosiguio el pintor de batallas-. Habria seguido trabajando durante dias y semanas hasta llenar la pared entera. Alejandome del momento... Del punto exacto.
Usted lo expreso bien el otro dia… Cuanto mas evidente es todo, menos sentido parece tener. -¿No hay salida, entonces? -Hay consuelos. La carrera del prisionero que, mientras le disparan, cree ser libre…
Tambien hay analgesicos temporales. Con suerte, dan para ir tirando. Y bien administrados, sirven hasta el final. -¿Por ejemplo? -La lucidez, el orgullo, la cultura… La risa… No se. Cosas asi.
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