Isabel (Desilusionada).- ¿Y eso era todo? ¿Una institución de caridad? (Se levanta digna). Muchas gracias, señor. No era una limosna lo que yo esperaba.
Mauricio.- Calma, no se impaciente. No se trata del asilo y el pedazo de pan. Lo que estamos ensayando aquí es una beneficencia pública para el alma.
Isabel (se detiene).- ¿Para el alma?
Mauricio.- De los males del cuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quién ha pensado en los que se muren sin un solo recuerdo hermoso?, ¿en los que no han visto realizado su sueño?, ¿en los que no se han sentido estremecidos nunca por un ramalazo de misterio y de fe? No sé si empieza a ver claro.
Isabel (mira en torno, complacida).- Es increíble. Lo estoy viendo y no acaba de entrarme en la cabeza. (Confidencial.) ¿De verdad, de verdad, no están un poco…?
Mauricio (ríe).- Dígalo, dígalo sin miedo; tal como va el mundo todos los que no somos imbéciles necesitamos estar un poco locos.
Mauricio.- Y, sobre todo, ¿por qué demonios tenía que casarlo? En la farsa, como en la vida, se defiende mucho mejor un soltero. ¿No podíamos inventarle un divorcio repentino?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario