Con el paso de los días, y viendo que realmente no moría nadie, los pesimistas y los escépticos, poco a poco al principio, después en masa, se fueron uniendo al mare mágnum de ciudadanos que aprovechaban todas las ocasiones para salir a la calle y proclamar, y gritar, que, ahora sí, la vida es bella.
Algunas personas, pocas, con mucho sigilo murmuraban que aquello era una exageración, un despropósito, que más pronto que tarde no quedaría más remedio que retirar ese enredo de banderas, Y cuanto antes lo hagamos, mejor, porque de la misma manera que demasiada azúcar en el pudín empacha el paladar y perjudica el proceso digestivo, también el normal y más que justo respeto por los emblemas patrióticos acabará convertido en chacota si permitimos que resbale en auténticos atentados contra el pudor, como los exhibicionistas de gabardina de execrada memoria.
No todo es fiesta, porque, al lado de unos cuantos que ríen, siempre habrá otros que lloren, y a veces, como en el presente caso, por las mismas razones.
Las religiones, todas, por más vueltas que le demos, no tienen otra justificación para existir que no sea la muerte, la necesitan como pan para la boca.
Es así la vida, va dando con una mano hasta que llega el día que quita todo con la otra.
Con las palabras todo cuidado es poco, mudan de opinión como las personas.
… a partir de ahora no necesitan quedarse ni un minuto, es sólo el tiempo de morir, y ése, si siempre fue de todos el más breve, un suspiro, y ya está, se puede uno imaginar lo que es en este caso, una vela que de repente se apaga sin necesidad de que nadie sople. Nunca la más suave de las eutanasias podrá ser tan fácil y tan dulce.
El país se encontraba agitado como nunca, el poder confuso, la autoridad diluida, los valores en acelerado proceso de inversión, la pérdida del sentido de respeto cívico se extiende por todos los sectores de la sociedad, probablemente ni Dios sabe adonde nos lleva.
Ya has pensado si la muerte será la misma para todos los seres vivos, sean animales, incluyendo al ser humano, o vegetales, incluyendo la hierba que se pisa y la sequoiadendron giganteum con sus cien metros de altura, será la misma muerte la que mata a un hombre que sabe que va a morir, y a un caballo que nunca lo sabrá.
Porque cada uno de vosotros tenéis vuestra propia muerte, la transportáis en algún lugar secreto desde que nacéis, ella te pertenece, tú le perteneces, Y los animales, y los vegetales, Supongo que a ellos les pasará lo mismo, Cada cual con su muerte, Así es, Entonces las muertes son muchas, tantas como seres vivos existieron, existen y existirán…
Hasta donde mi imaginación alcanza, todavía veo otra muerte, la última, la suprema, Cuál, La que tendrá que destruir el universo, esa que realmente merece el nombre de muerte, aunque cuando esto suceda ya no haya nadie para pronunciarlo…
… se pensaba que el respeto por los viejos y por los enfermos en general representaba uno de los deberes esenciales de cualquier sociedad civilizada…
… debo explicarle que la intención que me indujo a interrumpir mi actividad, la de parar de matar, a envainar la emblemática guadaña que imaginativos pintores y grabadores de otros tiempos me pusieron en la mano, fue ofrecer a esos seres humanos que tanto me detestan una pequeña muestra de lo que para ellos sería vivir siempre, es decir, eternamente, aunque, aquí entre nosotros dos, señor director general de la televisión nacional, tenga que confesarle mi total ignorancia acerca de si las dos palabras, siempre y eternamente, son tan sinónimas cuanto en general se cree…
… sin embargo, hay un punto en que siento que tengo la obligación de reconocer mi error, y tiene que ver con el injusto y cruel procedimiento que venía siguiendo, que era quitarle la vida a las personas a traición, sin aviso previo, sin decir agua va, comprendo que se trataba de una indecente brutalidad, cuántas veces no di tiempo ni siquiera para que hicieran testamento, es cierto que en la mayoría de los casos les mandaba una enfermedad que abriera camino, pero las enfermedades tienen algo curioso, los seres humanos siempre esperan librarse de ellas, de modo que ya cuando es demasiado tarde acaban sabiendo que ésa iba a ser la última…
… que para poca vida, más vale ninguna…
Fue entonces cuando se demostró que no es por casualidad por lo que un primer ministro llega a tan altas funciones, y que, como no se ha cansado de afirmar la infalible sabiduría de las naciones, cada pueblo tiene el gobierno que se merece, debiendo con todo observarse, en este particular, y para completa clarificación del asunto, que si es verdad que los primeros ministros, para bien o para mal, no son todos iguales…
Señor director, escribía, yo no soy la Muerte, soy simplemente la muerte, la Muerte es algo que ni por sombra les puede pasar por la cabeza qué es, ustedes, los seres humanos, sólo conocen, tome nota el gramático de que yo también lo sabría por ustedes, los seres humanos, sólo conocen esta pequeña muerte cotidiana que soy, esta que hasta en los peores desastres es incapaz de impedir que la vida continúe, un día llegarán a saber qué es la Muerte con letra mayúscula, en ese momento, si ella, improbablemente, les diese tiempo para eso, comprenderían la diferencia real que existe entre lo relativo y lo absoluto, entre lo lleno y lo vacío, entre el ser todavía y el no ser ya…
…. Muerte, dónde está tu victoria, sabiendo no obstante que no recibirá respuesta, porque la muerte nunca responde, y no es porque no quiera, es sólo porque no sabe lo que ha de decir delante del mayor dolor humano.
Una única cosa quedó demostrada sin ningún tipo de dudas, a saber, que ni la iconografía más rudimentaria, ni la nomenclatura más enrevesada, ni la simbólica más oscura se habían equivocado. La muerte, en todos sus trazos, atributos y características, era, inconfundiblemente, una mujer…
La muerte lo sabe todo a nuestro respecto, y quizá por eso sea triste. Si es cierto que nunca sonríe es porque le faltan los labios, y esta lección anatómica nos dice que, al contrario de lo que los vivos creen, la sonrisa no es una cuestión de dientes. Habrá quien diga, con humor menos macabro que de mal gusto, que lleva cincelada una especie de sonrisa permanente, pero eso no es verdad, lo que salta a la vista es una mueca de sufrimiento, porque el recuerdo del tiempo en que tenía boca, y la boca lengua, y la lengua saliva, le persigue continuamente.
En público, sí, la muerte se torna invisible, pero no en privado, como pudieron comprobar, en un momento crítico, el escritor marcel proust y los moribundos de vista penetrante. Ya el caso de Dios es diferente. Por mucho que se esforzara, nunca conseguiría hacerse visible ante los ojos humanos, y no es porque no sea capaz, puesto que para él nada es imposible, es simplemente porque no sabría qué cara poner para presentarse ante los seres que se supone que ha creado, siendo lo más probable que no los reconociera, o quizá, y eso sería todavía peor, que ellos no lo reconocieran a él.
Realmente, no hay nada en el mundo más desnudo que el esqueleto. En vida, va doblemente vestido, primero por la carne con que se tapa, después, si no se las quitó para bañarse o para actividades más deleitosas, por la ropa con que a dicha carne le gusta vestirse.
Momentos de debilidad cualquiera los puede tener en la vida, y, si hoy pasamos sin ellos, demos como cierto que los tendremos mañana.
Son éstos los peligros del automatismo de las prácticas, de la rutina aletargante, de la praxis cansada. Una persona, o la muerte, para el caso da lo mismo, va cumpliendo escrupulosamente su trabajo, día tras día, sin problemas, sin dudas, poniendo toda su atención en seguir las pautas establecidas, y si, al cabo de algún tiempo, nadie se le presenta metiendo la nariz en la manera como desempeña sus obligaciones, cierto y sabido es que esa persona, y así le sucedió a la muerte, acabará comportándose, sin que de tal se dé cuenta, como si fuera reina y señora de lo que hace, y no sólo eso, también de cuándo y de cómo deberá hacerlo…
Estás muy guapa, comentó la guadaña, y era verdad, la muerte estaba muy guapa y era joven, tendría treinta y seis o treinta y siete años como habían calculado los antropólogos, Hablaste, finalmente, exclamó la muerte, Me ha parecido que había un buen motivo, no todos los días se ve a la muerte transformada en un ejemplar de la especie de que es enemiga.
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