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sábado, 22 de agosto de 2020

Canek de Ermilo Abreu Gómez en 16 frases




-Mira las nubes, Jacinto. Dentro de ellas viven los fantasmas. Cuando los fantasmas duermen, las nubes son blancas; vuelan despacio para no despertarlos. Los mecen y los llevan lejos. Cuando los fantasmas despiertan, las nubes se vuelven grises y se agazapan en el horizonte. Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan.

Canek preguntó:

-¿Y nunca salen los fantasmas de las nubes? 

-Cuando salen de las nubes, las nubes desaparecen. 

-¿Entonces qué son las nubes?

-Las nubes, Jacinto, son la sombra de los fantasmas. 



Junto al brocal del pozo se trenzó la algazara de los peones. Se había roto la soga con que se sacaba agua y el cubo se fue al fondo del pozo. No era posible perderlo; una y otra vez echaron el garabato. Sus ganchos removían el limo, se trababan en los yerbajos, y el cubo no salía. Era un cubo labrado, de madera negra. Lo notaría el amo. Los peones arriaron hasta el fondo a Canek. Su voz se oía velada, como si saliera de las entrañas de la tierra.

Cuando Canek salió dijo:

-Desde el fondo se ven las estrellas. 



Canek habló a Guy:

-Mira el cielo; cuenta las estrellas.

-No se pueden contar.

Canek volvió a decir: 

-Mira la tierra; cuenta los granos de arena.

-No se pueden contar.

Canek dijo entonces:

-Aunque no se conozca, existe el número de las estrellas y el número de los granos de arena. Pero lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra húmeda de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas. 



-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se convierten en pájaros?

-No sé, niño Guy.

-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren se vuelven flores?

-No sé, niño Guy.

-¿Es cierto, Jacinto, que los niños que se mueren van al cielo?

-No sé, niño Guy. 

-Entonces, Jacinto, ¿dime qué les pasa a los niños que se mueren?

-Los niños que se mueren, niño Guy, despiertan. 



Canek dijo:

-Los blancos hicieron que estas tierras fueran extranjeras para el indio; hicieron que el indio comprara con su sangre el viento que respira. Por esto va el indio, por los caminos que no tienen fin, seguro de que la meta, la única meta posible, la que le libra y le permite encontrar la huella perdida, está donde está la muerte. 



Canek dijo:

-Piensa que en los tiempos que corren, en estas tierras de Yucatán, existen ciudades que no se ven. En las que se ven viven los blancos. Son ciudades de guerra y de escándalo. Huye de su engaño. Si caes en ellas renegarás de los tuyos, de tu nombre, y vivirás con holgura de maldad. En las ciudades que no se ven, pero que existen, nadie sabe dónde, viven los que fueron y los hombres que han merecido licencia para franquear sus puertas.



Canek dijo:

-Hace años leí libros donde se contaba la historia de estas tierras. Los leí con placer y me entretuve en el conocimiento de los sucesos antiguos y en el razonar de las gentes que fueron. Una vez mi padrino me dijo: Los libros que lees fueron escritos por los hombres que ganaron estos lugares. Mira con cuidado las razones puestas en sus páginas, porque si te entregas desprevenido, no entenderás la verdad de la tierra sino la verdad de  los hombres. Léelos, sin embargo, para que aprendas a odiar la mentira que se dice dentro de los pensamientos de los filósofos y dentro de la oración de los devotos.

-Y así aprendí -concluyó Canek- a leer, no la letra, sino el espíritu de la letra de todas esas historias.



Canek dijo:

-Una vez, allá en los años que fueron enterraron a un niño y a un venado. Los enterraron juntos porque habían vivido como amigos. Cerca del lugar pasaba, en silencio y soledad, un pedazo de río: de esos que ahora caminan, tímidos, debajo de la tierra. Así nació un árbol blanco, verde y tierno, como hecho de plata y lluvia. Debajo de sus ramas las madres oían las voces de sus hijos muertos, y junto a sus raíces los viejos sentían el aliento de sus animales perdidos. Este árbol respiraba dulzura. Los indios le llamaban el árbol bueno de la Ceiba.



Canek dijo:

-¿Y para qué quieren libertad si no saben ser libres? La libertad no es gracia que se recibe ni derecho que se conquista. La libertad es un estado del espíritu. Cuando se ha creado, entonces se es libre aunque se carezca de libertad. Los hierros y las cárceles no impiden que un hombre sea libre, al contrario: hacen que lo sea más en la entraña de su ser. La libertad del hombre no es como la libertad de los pájaros. La libertad de los pájaros se satisface en el vaivén de una rama; la libertad del hombre se cumple en su conciencia.



-Un pastor no distingue las ovejas buenas de las malas. Por eso no pregunta a nadie cómo son sus ovejas, antes de lanzarse contra el lobo. Así hay que defender a los indios buenos y malos contra los blancos: lobos de estas tierras.



Al cabo de una semana, como a una fiera, lo cazaron en el monte. Los dragones regresaron con ansia de cobrar; con gesto duro y gozoso y un no sé qué de maldición en el rostro cetrino. Como trofeo traían las alpargatas de Pat.

Canek las vio y sonrió.

-Cuando un indio muere así -dijo- sólo deja de caminar en la tierra. Su espíritu crece y ronda por los lugares, cubierto de fuego. 

Un correo trajo la noticia de que los indios del pueblo vecino habían incendiado el cuartel de los blancos. Entre los rebeldes estaba un hombre que se llamaba Domingo Pat. 



Miguel Kantun, de Lerma, es amigo de Canek. Le escribe una carta y le manda a su hijo para que haga de él un hombre. Canek le contesta diciéndole que hará de su hijo un indio. 


Los cerdos de la hacienda donde vive Canek rompieron la barda de su chiquero y se escaparon. Ensuciaron el viento y el camino con el olor de sus panzas y el polvo de sus patas. 

Los blancos gritaron:

-¡Se han sublevado los indios!



Ya anochecido y por un atajo llegaron al pueblo Ramón Balam y Domingo Canché. Escapaban de la matanza que los blancos hacían entre los indios. Balam había recibido un machetazo en la espalda y sangraba. Jacinto Canek les dijo:

-Ya se cumplen las profecías de Nahua Pech, uno de los cinco profetas del tiempo viejo. No se contentarán los blancos con lo suyo, ni con lo que ganaron en la guerra. Querrán también la miseria de  nuestra comida y la miseria de nuestra casa. Levantarán su odio contra nosotros y nos obligarán a refugiarnos en los montes y en los lugares apartados. Entonces iremos, como las hormigas, detrás de las alimañas y coméremos cosas malas: raíces, grajos, cuervos, ratas y langostas del viento. Y la podredumbre de esta comida llenará de rencor nuestros corazones y vendrá la guerra.



El mensaje de guerra que Canek envió a los pueblos de Yucatán, no estaba escrito. Balam, Canché, Pat, Uk, Pech y Chi sólo llevaban en las manos la sangre de los indios asesinados por los blancos.


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