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sábado, 22 de agosto de 2020

Nuestro libro de cada día de José Saramago en 8 frases.

 




Leer no es obligatorio. Puedo preguntarle a un chico, «Mira, ¿y tú por qué no lees?, ¿no te gusta leer?». Y él podrá decir, «No, no me gusta». Y yo le diré, «¿No te das cuenta de lo que te estás perdiendo?». Pero imaginemos que ese chico es un buceador y que me contesta, «¿Y usted no se da cuenta de lo que se está perdiendo por no bucear?». Y tiene razón. ¿Quiere esto decir que no debamos leer? No, no quiero decir eso. Lo que quiero decir es que no vale la pena que se inventen excusas, explicaciones, para algo que está muy claro desde que existe el libro. La lectura no es ninguna obligación. La lectura es una devoción, es una pasión, es un amor.


El lector ha pertenecido siempre a una minoría. Nosotros, los que leemos, somos una minoría. Que esa minoría deba ensancharse, estupendo. Para ello hay que crear una conciencia de lector. Y eso se puede hacer de distintas formas.



¿Por qué tiene la lectura que ser siempre una actividad solitaria? ¿Por qué no un intercambio entre lectores y libros? ¿Por qué no hablar de un libro que se acaba de publicar o de un libro que forma parte de nuestra cultura y de nuestra educación sentimental? Esto sería fomentar de verdad la lectura en el lector mismo, en lugar de caer en la ambición quizá desmedida de poner a todo el mundo a leer. Se puede hacer de la lectura algo distinto a un placer solitario, que lo es también, y en primera instancia.



Es verdad que entre los lectores ocurre algo mágico —y no volveré a usar el plural lectores, sino lector, porque cada lector es diferente, porque nadie es plural—. En el espíritu de un chico o una chica de pronto nace sencillamente el gusto por leer. Y no se sabe por qué. Nadie puede saberlo. Puede haber nacido en una familia que no sabe leer. Puede no tener en casa un solo libro. Y aún así le gusta leer.



Soy un caso entre miles. Personas con curiosidad intelectual, niños, jóvenes para quienes el libro es un reclamo, no saben lo que hay dentro, pero intuyen que todo está allí como una propuesta, como una invitación, «¡Conóceme! ¡Conóceme!». Es igual que en la relación entre las personas. El otro, que es el libro, está diciéndome: «¡Conóceme! Tengo mucho para darte». Y si un libro no te da nada, otro sí te dará. Eso es seguro.


Las expresiones más completas del pensamiento humano se encuentran en los libros.



Nos han enseñado desde hace tiempo que una imagen vale más que mil palabras. No lo creo, no es cierto. Las palabras siempre son necesarias. Y si se quiere un ejemplo muy actual de la necesidad de la palabra para decir lo que la imagen no está expresando, ahí está la guerra de Yugoslavia. No nos faltan imágenes. A veces hasta asistimos en directo a la caída de las bombas. Todo perfecto. Todo muy aséptico. Lo que está pasando allí más se parece a un juego de ordenador que a la realidad atroz. Por eso las palabras son necesarias para decir lo que la imagen muchas veces oculta.



La clave radica en que para estar cuatro horas delante de la televisión no se necesita ningún esfuerzo. No. Uno se sienta en su sofá y basta. Pero para leer sí se necesita esfuerzo. Leer sí que es una batalla. Leer es un encuentro. Leer es un auténtico diálogo entre mi sensibilidad y mi pensamiento y la sensibilidad y el pensamiento del escritor.






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