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sábado, 22 de agosto de 2020

Un andar solitario entre la gente de Antonio Muñoz Molina en 39 frases.



 Un interfono de emergencia me sugiere casi una invitación íntima: Úsame cuando me necesites. La ciudad se dirige a ti en el idioma del deseo.



Intento grabar en la memoria las frases que escucho, diálogos entrecortados. Las palabras fluyen y se borran nada más escucharlas. Olvido Express, dice un anuncio, aunque no sé de qué.



La ciudad te lo promete todo simultáneamente. Elige todo. Disfruta cuando quieras donde quieras. Ya no hace falta elegir algo y renunciar a lo que no se ha elegido. Ahorra mientras gastas sin remordimiento. Adelgaza comiendo.



Soy no lo que pienso o recuerdo o imagino sino lo que van viendo mis ojos y lo que escuchan mis oídos, el espía en la misión secreta de percibirlo todo, de coleccionarlo todo.



El cerebro humano se deforma y se atrofia si la inteligencia se ocupa demasiado en cosas que no requieran vigor físico, destreza manual, fuertes impulsos sensoriales.



La actividad manual propicia el ensimismamiento saludable de quien está muy concentrado en lo que hace y al mismo tiempo se olvida sin dificultad de sí mismo, deja en suspenso su identidad y su biografía, que flota a su alrededor sin peso, como los objetos liberado de la gravedad en una estación espacial. 



Había juguetes que me hacían feliz al mirarlos. No me entristecía saber que no podría tenerlos. Ni se me ocurría esa posibilidad. Ahora me doy cuenta de que los disfrutaba en un escaparate como he disfrutado muchos años después un jarrón de cerámica griega o una máscara primitiva muy valiosa tras el cristal de una tienda de antigüedades, o un cuadro en un museo. Quién necesita poseer lo que puede ser contemplado sin ningún apuro.



Los hombres de vida errante y menesterosa que no tienen ningún sentido práctico de pronto elaboran proyectos que les harán ganar todo el dinero que no consiguen con su arte.



El insomnio se cría en las habitaciones de hotel como el musgo en las zonas umbrosas. Me voy a la cama muerto de cansancio. Me quedo examinando y leyendo golosamente los libros recién adquiridos hasta que se me cierran los ojos. El sueño, pero no el cansancio, se disipa en el momento de apagar la luz. En la lectura que apasiona hay un principio estimulante como el de la cafeína.



El regalo del insomnio es el de la extensión y la profundidad del silencio que no existe en las horas diurnas, ni en las horas de la noche en las que todavía hay actividad y gente despierta. El insomnio regala criptas y cámaras insonorizadas, lagos subterráneos de agua límpida y lisa iluminada por la fosforescencia que segregan organismos microscópicos. Es justo en ese silencio donde se aloja la tarea, en el que se hace estimulante y propicia, una promesa de laboriosidad sin fatiga, tan gustosa que no importa que también pueda ser inútil, o que acabe disolviéndose en nada. 



La reencarnación se podría estudiar tan sin dificultad como los cambios de domicilio. Es un cambio de domicilio, hasta cierto punto. Unas vidas anteriores dejan recuerdos, y otras, la mayoría, no. Usted inventa algo y no sabe que está recordando. Usted cree estar fantaseando un hecho futuro y lo que imagina es un recuerdo perdido.



Si la Ufología, la Ciencia Política, la Psicopedagogía, la Cirugía plástica, la Comunicología, la Teoría literaria, gozan ya de plena aceptación, sin duda va llegando el momento de que la comunidad académica abra sus brazos a estas nuevas disciplinas inspiradas y, podría decirse, lideradas por él. Su modestia le veda imaginar un futuro en el que se le llame «Padre de la Arqueología Instantánea», «Pionero de Topobiografía», o de la Deambulología, o de la Historia del Arte Accidental.



… la Deambulología es el estudio de los itinerarios seguidos por escritores, artistas, científicos, visionarios, indigentes y lunáticos: bien los habituales y mantenidos a lo largo de una vida entera —los paseos de Kant son el ejemplo clásico—, bien los irregulares, los repentinos, los que nunca han tenido regreso.



La sombra negra me forzaba a despertarme y al mismo tiempo me robaba las fuerzas que necesitaba para levantarme. 



De Quincey dice que la calle es una feria de seres humanos a la que un escritor acude para proveerse de personajes igual que un granjero busca sus animales en la feria del ganado.



Poe, Quincey, Baudelaire, Walter Benjamin. El porvenir de las obras que estos hombres escriben es tan errante e incierto como sus propias vidas: artículos dispersos por las publicaciones más improbables, en periódicos que tuvieron una existencia tan fugaz o tan oscura que se perdieron todos sus ejemplares; artículos entregados o enviados que quedaron inéditos por la quiebra del periódico en el que iban a aparecer.



La ciudad es un cuerpo tatuado hasta en los pliegues más secretos, hasta las raíces del pelo, hasta el interior de las orejas. El cráneo se afeita y los tatuajes pueden extenderse más todavía. En un edificio recién abandonado, tatuajes de grafiti aparecen hasta en los pisos más altos. En las esquinas se instalan paneles con pantallas para que haya más imágenes en movimiento y más palabras, y para que no quede ni un espacio al que se pueda volver la mirada en el que no haya un anuncio.



Como la alegría según Salinger, la belleza no es un sólido, sino un líquido, no un conjunto estable y previsible de perfecciones sino un estremecimiento visual, entre lo tangible y lo transitorio y el puro espejismo… 



Causa melancolía lo que se queda inacabado, pero lo muy acabado y completo puede dar horror… Mire la Divina Comedia . Es un horror que esté tan bien hecha, tan completa, tan bien trabada, un endecasílabo y otro endecasílabo, un terceto y luego otro y otro más hasta que ya no se pueden soportar más tercetos, y otro canto, y las tres partes, y los treinta y tres cantos, el número tres de la Santísima Trinidad. ¡La Santísima Trinidad!



Quizás un cierto grado de nomadismo favorece la inventiva. No tienes un sitio fijo donde vivir y vives en el interior de un cuaderno, y te adhieres a las pocas cosas materiales que llevas contigo. La oficina ha estado en un piso del barrio de Moratalaz y ha tenido una ventana desde la que se veían los edificios altos del centro de Madrid… Y qué alivio este nomadismo sobrevenido del verano, este contratiempo convertido en ventaja. No sentarme cada mañana en el escritorio de siempre como un funcionario desganado de mi propio oficio, de mi vocación peligrosamente aletargada en rutina; no estar atado y anclado a la silla anatómica y a la pantalla del portátil, sitiado de recuerdos, de fotos, de libros, de todo lo elegido y de lo acumulado por pura inercia a lo largo de los años, los depósitos sedimentarios de una larga ocupación. 




No es un trabajo lo que hago, es una tarea… El trabajo tiene un propósito, una dirección, un principio y un fin. La tarea está completa a cada momento y se basta a sí misma y no parece que vaya en ninguna dirección, y por eso cualquier azar que entorpecería el trabajo a ella la beneficia. Para la tarea no hay contratiempo que no se vuelva un azar favorable. Cuando tú no estás dedicado a ella, la tarea se hace a sí misma.



Catulle Mendès piensa con escándalo y melancolía en la penuria laboral de la mejor inteligencia, el mayor talento poético de la lengua francesa en todo un siglo. Se duerme al fin y no sabe si está soñando la voz cercana de Baudelaire o si la oye a su lado. Despierta por la mañana temprano y la cama de Baudelaire está vacía, y ya no vuelve a verlo nunca.



Miroslav Tichý… Como no tenía nada no podían quitarle nada. Renunciando a la pintura se había ahorrado la necesidad de comprar materiales, de planear exposiciones, de encontrar galerías. No podían prohibirle ni negarle lo que no solicitaba. No lo podían amenazar con la expulsión del trabajo porque no trabajaba. No podían depurarlo de ninguna organización porque no pertenecía a ninguna. No le podían arruinar su carrera de artista porque desde muy joven se había desentendido de intentarla. Sería inútil que se empeñaran en callarlo porque él había decidido mucho antes quedarse en silencio; o que le prohibieran hacer algo, porque se pasaba la vida sin hacer nada, andando por ahí, rascándose al sol en los parques cuando llegaba el buen tiempo. No podían condenarlo al ostracismo porque él se había adelantado a abrazarlo. No tenía miedo a la marginación forzosa porque llevaba muchos años perfeccionando su propia marginalidad. Habría podido decir algo parecido a lo que dijo Borges al estudiante activista que lo amenazaba con apagar la luz del aula si no suspendía la clase y se unía a una huelga: «Adelante, apague. Tomé la precaución de ser ciego».



A veces la diferencia entre un buen cuadro y un cuadro fracasado es un detalle mínimo, una pequeña mancha que establece o no el equilibrio de todo el conjunto. 



El resto del día no tiene la menor tentación de volver al taller. Ni se acuerda de lo que estuvo haciendo, dice. Hay días que se duerme tan profundamente que cuando se levanta y se ducha le parece que ha estado pintando en sueños. «Pero es que hay que pintar en sueños —dice—. Es la única manera decente de pintar. Una gran parte de la pintura que llaman primitiva, de los aborígenes australianos, o de los indios de América, está hecha con visiones de sueños.»



No es que la memoria pueda ser muy fiel, que casi nunca lo es. Es que a veces el tiempo no existe. El pasado de entonces es igual de tangible que el mechero que tocan estas mismas manos que no han vuelto a sostener un cigarro en veinticinco años. 



En su nave industrial, rodeado de los cuarenta y siete mil un objetos recabados y clasificados durante un año, se quedaba solo a veces, al terminar la jornada de trabajo, y se paseaba entre sus colecciones organizadas con una complacencia no de propietario de algo, pero sí de director de museo. Una modesta esquina de lo real había sido cuantificada y ordenada. Le digo que me parece que disfrutaba en esos momentos una satisfacción más estética que científica y sonríe. Pero luego se pone serio y dice: «Y por qué tienen que ser satisfacciones distintas».



A mí antes me avergonzaba íntimamente mantenerme leal a lo que me había gustado siempre, a los libros en papel, las librerías, los cuadernos, la pluma, los lápices. Ahora me da igual, y no ya porque acepte mi anacronismo de casi viejo o porque me resigne a la pérdida de cosas que amo sino porque esa pérdida, toda esa cadena de extinciones tan jubilosamente anticipada hasta hace poco, no está tan clara comoparecía. Los mayores aficionados a los libros en papel y a las buenas tipografías que conozco son treinta años más jóvenes que yo. Casi nada de lo que los expertos daban por acabado y era valioso y práctico se ha perdido. Cuanto mayor es la omnipresencia y la fantasmagoría de las irrealidades digitales más importa lo que tiene una presencia verdadera y única, lo que puede tocarse con las manos.



El amor es una mirada que no descansa nunca, que no se satisface nunca. En esos retratos está la delectación del enamorado ante todas las variaciones de la cara que ama, como las bellezas diversas en las fases de la Luna… 



Lo más asombroso no es el extremo al que va llegando su pobreza: es el hecho de que siendo sus necesidades de subsistencia tan mínimas no exista la manera de poder satisfacerlas. Cuanto más reduce sus expectativas más inalcanzables se vuelven. Dentro de poco ya no podrá permitirse ni la pura indigencia. 


Es una ciudad de zombis adheridos a pantallas de teléfonos y una ciudad de hombres invisibles y mujeres invisibles. La invisibilidad va modificando al que la padece. Lo convierte en un fantasma, en un náufrago que va retrocediendo al estado de salvajismo por la ausencia de compañía humana… 



Los niños están adiestrados para no mirar en ningún momento a los ojos de los desconocidos. Tampoco es lícito mirarlos a ellos, tan peligroso como tocarlos, aunque sea por azar, aunque sea una mano un momento en el hombro, en la cabeza. Los niños se mueven en un vacío de miradas en el que muchas veces parece que no existen ni las miradas de sus padres… No mires a los ojos. Mira al frente o a la pantalla del teléfono o al puro vacío. Si miras te atraparán, te pedirán algo… 



Los rápidos llevan la prisa de la salud, de la presión profesional y el dinero, de la forma física, del oro del tiempo medido en minutos y segundos. Los lentos no van a ninguna parte y si van a alguna dará igual que lleguen más tarde o que no lleguen nunca. Los lentos son viejos, o gordos, o enfermos, o mendigos, o trastornados, o cojos, o paralíticos, o amputados.



La conciencia alumbra una parte muy limitada de lo que sucede en la mente. Puede que la voluntad sea un espejismo y que lo decisivo tenga lugar a profundidades de las que solo se sabe a través del testimonio equívoco de los sueños.



Muchas de las obras mejores que se han escrito, compuesto, pintado, no han recibido la menor atención ni han deparado ningún beneficio ni recompensa espiritual o moral a sus autores. Muchas más de las que imaginas habrán desaparecido sin rastro.



Casi todas las cosas que amas están en peligro de desaparición. No tienes ni siquiera la escapatoria de la nostalgia porque sabes que no ha habido antes otro tiempo que fuera mejor. No tienes nostalgia de lo que pasó sino de lo que podía haber pasado; no de lo que fue sino de lo que sin demasiada dificultad podría haber sido. 



Lo casi desconocido y lo minoritario puede sobrevivir como una semilla enterrada y multiplicarse y difundirse por canales secretos y estallar de pronto en la plena luz al cabo de mucho tiempo. 



Como mi amigo científico coleccionista de objetos de basura del mar, tengo miedo de haberme intoxicado con una búsqueda o una manía o una obsesión y no poder ya desprenderme de ella. Hay una toxicidad en todas estas voces… 



Vivir mucho tiempo a solas en el espesor cerrado de uno mismo es como trabajar en un sótano o en un pozo. El antídoto de los fantasmas son las presencias verdaderas. Solo las voces cercanas, las voces reales, las voces cordiales de la amistad y la ternura, disipan o alejan las otras voces que no oyes más que tú.


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